7 de octubre de 2011

Alfredo: el peruano que no es el escribidor


Cuando mi mamá trabajaba en el Microcentro, tenía la genial manía de ir a las librerías de la avenida Corrientes a hurgar en las mesas y hallar, con su inefable olfato, joyitas literarias a precio de bolsillo. Siempre me sorprendió esa capacidad tan suya de hacer rendir el peso, cosa que hasta hoy no puedo emular del todo.

La historia es que de esas mesas de saldos de librerías en constante amenaza de “liquidación por cierre”, salió la fantástica novela Un mundo para Julius del escritor limeño Alfredo Bryce Echenique. Confieso que le tenía algo de idea, mi madre hablaba maravillas sobre el sentido del humor del libro, pero estaba en una etapa europea de lectura, al tiempo que más científico-social y, eso, elitista del subdesarrollo.

La cosa es que en algún momento me metí en ese mundo reservado para Julius y me dieron ganas de decirle: “Ey, Alfredo, ¿no me inventás un mundo para mí?”. Pasó el tiempo, bajó el eurocentrismo literario y me topé con  El huerto de mi amada, obra excelentemente escrita, pero con personajes no tan entrañables y una historia que me recordó de mal agrado a Elogio de la madrastra, del peruano que sí es escribidor. Así que para amigarme con Bryce me agarré los dos tomos de sus Antimemorias y a ver si lo puedo poner en mi podio de favoritos.

Tengo que aclarar que cuando leo, no sólo me concentro en la historia sino en la forma que está contada, esa increíble distancia entre los que son brillantes y yo. Esos tipos y tipas que agarran el mismísimo idioma que hablo a diario y lo convierten en una especie de lingote de oro, frente a mis baratijas de bronce y chapita. En fin, que cuando agarré Permiso para vivir, empecé súper contenta y me desinflé a lo largo del camino y terminar Permiso para sentir fue un suplicio. No una desilusión de la forma, sino del contenido, que tampoco era feo ni aburrido, sino lejano a mis expectativas.

Una cree que, con los años, las caídas más o menos ruidosas de referentes periodísticos, musicales, artísticos, políticos, futbolísticos y demás focos que uno se pueda inventar, van a ser menos dolorosas y más cínicas. No obstante, debo decir que Alfredo me dio un poco de pena.  No sé qué esperaba, pero más allá de que se trata de un borracho con un problema de timidez grandísimo, quizás hasta ataques de pánico y, con seguridad, depresión; me dio la sensación de que todo en los dos volúmenes se reduce a decir de qué personaje célebre es o fue amigo y a qué chica linda conquistó.

Con este sabor rancio, hice lo que cualquier humano mediatizado haría: lo googleé. Y, ¡Madonna! ¿Por qué lo hice? Lo más valioso que encontré ahí fue que lo condenaron por el plagio de 16 artículos periodísticos y tuvo que pagar la friolera de 42 mil euros. También que en otra ocasión lo enjuiciaron por el mismo temita, pero desestimaron los cargos. Cuánta pena, Alfredo…

Aún así, fui hasta El Ateneo-Grand Splendid, y quise comprar alguna de sus viejas novelas tan aclamadas por la crítica como La exagerada vida de Martín Romaña o Tantas veces Pedro. Y estaban a-go-ta-das. Sí , señores, porque capaz que no se le dan bien las notitas periodísticas, pero lo que es andar contando y enmarañando una historia por más de 300 páginas, el tipo es original y divertido. No por nada, y pese a todo, es el autor peruano más leído de la actualidad. Y eso que no tiene un Nobel.

14 de septiembre de 2011

Trabajo, esa cosa que indignifica


Como si de una entrevista se tratase, me pregunté: ¿Qué espera usted de su próximo empleo? Y… que me guste, como para empezar a hablar. Que si me prometen crecimiento, sea en jerarquía y no en responsabilidades con el mismo salario. Si me hablan de viajes, que sean más lejos que Palermo. Si me ofrecen capacitación, que no consista en buscar un artículo en Internet. Si el requisito es tener un título, que no me paguen como a un pinche. De lo contrario, voy a pensar que me están filmando para una cámara oculta de Videomatch.

Pero si vamos a un mundo ideal, diría que me paguen mucho por trabajar poco, acceso irrestricto a Facebook y Twitter, que no me falte MSNSkypeGtalk y cualquier mensajero existente de aquí a la eternidad, horario a mi medida (nunca antes de las 10am) y poder teletrabajar una vez por semana para no tener que vestirme ni embadurnarme de maquillaje. ¡Ah! Y días extra de vacaciones, no todos juntos, sino durante el año, para poder hacer una de esas escapadas que anuncian en Groupon. Y un termo lleno de agua para el mate. Y yerba. Y galletitas. Y nada más, creo. En síntesis, señor entrevistador virtual, quiero ser jefe.

Y si de gerentes se tratase, me gustaría que el que me toque sea medianamente capaz en lo que hace y no un experto en delegar y jamás en solucionar, como muchos de los que conocí hasta ahora. Me gustaría sentir que ese tipo o tipa está arriba mío por algún tipo de meritocracia y no que gana el doble porque tiene labia. Y que no escriba “teGnología” o me mande un mail en el que diga que tengo que hacer las cosas “HaCí”, porque alguien que escribe “HaCí” no aprendió a usar la “teGnología” del modo básico como para usar un corrector gramatical y, por consiguiente, pierde toda su credibilidad.

Y si nos metemos con el tan moderno clima laboral, me gustaría que mis compañeros sean solidarios, en lugar de viles competidores por las migajas corporativas y que no se comporten como si estuviéramos disputándonos el anillo del poder o las reliquias de la muerte. Vamos, si fuera así, yo también sería una sucia contrincante dispuesta a diezmar las bases del trabajo ajeno o a escupir el café del otro o, simplemente, robarle el turno en el microondas. Pero, la verdad, por una palmadita en la espalda o un par de entradas de cine no me interesa ser tan mezquina. Aunque también es cierto que, si bien me interesa mi propio éxito, me importa más hacerlo por mi propio trabajo que por ensuciar a un par.

Y no me vengan con charlas motivadoras, ni promesas de proyectos de mejora. Estamos en año electoral, ya tengo suficiente con los políticos como para que me sumen plataformas imaginarias a mis sinapsis incompletas. Los lemas de unidad y progreso dejémoslos para la constitución francesa. A mí me dejan salir antes y llegar tarde de vez en cuando y con eso me basta un poco.

Ya acepté que, cualquiera sea el empleo, me la van a terminar dando por colectora, pero que sea con consentimiento, aunque siempre sin ganas. No le voy a decir a la empresa lo grande que es y que jamás conocí una igual. Un rapidito y sigamos todos en nuestros respectivos caminos de explotador y explotada con un grado de felicidad promedio. Eso pido. Y que de vez en cuando se le caiga un es la primera vez que me pasa cuando un aumento se le escapa y va a parar a mi flaco bolsillo agujereado por la inflación.

11 de septiembre de 2011

Denzel tiene que parar un tren. ¿Qué tren, qué tren...?

Con ver una película protagonizada por Denzel Washington, es posible zafarse de todas las demás porque, básicamente, todas resultan iguales. Y si tuviera que elegir una para que sea la metonimia del resto, sería Unstoppable (2010).

En serio, el tipo actúa de una manera que me hace creer que ser actor es lo mismo que cajero del peaje. Basta recibir la capacitación inicial para obtener el mismo resultado una y otra vez sin sobresaltos. Okay, no vi toda la filmografía de Denzel porque no le di un lugar en mi Olimpo, pero las pelis que vi me entregan el mismo personaje una y otra vez. Un hombre no lo suficientemente reconocido en lo que hace, siempre con el mismo tono e inflexiones en la voz, la misma cara de nada con levísimas contracciones musculares de ira, tristeza o sorpresa y una sonrisa de coté, medio burlona en el mismo tipo simplón. Ya sé, ganó dos Oscars, pero a mí el buen mozo actor no me termina de convencer. 

Con reservas, hacía rato que quería mirar Unstoppable. No soy fan ni por asomo de las películas de acción, de hecho, trato de evitarlas, pero el argumento me tentó. Hacía largo rato (es que tengo memoria corta) que un film no me tenía atrapada ni me obligaba a contener la respiración. Basada en un hecho real, trata de un convoy que por un error humano va por la vía principal de Pensilvania a más de 100km/h sin conductor. Para hacerla más heavy, ocho de los veintinueve vagones cargan una sustancia altamente inflamable y contaminante y uno sólo basta para volar un pueblo pequeño, como los que están en el camino del imparable tren. Para añadir dramatismo, hay una curva cerrada al lado de unos depósitos de combustible imposible de pasar si no es a 30km/h. Contrarreloj, Denzel y Chris Pine son la última esperanza de evitar la catástrofe. 

Un legítimo amante del género desearía más explosiones y víctimas, pero el relato se sostiene perfectamente en un clímax permanente sin acudir a efectos especiales excesivos. Hay un excelente trabajo de cámaras, con planos medios que se acortan de un salto violento, vistas desde los rieles, en verdad, una sabrosa composición cinematográfica de la tensión que sufre la compañía responsable de la formación imparable. 

Nuestro semi-veterano Denzel, voz de la experiencia y encarnación del heroísmo, representa su papel de "tipo que está de vuelta" junto a un novel Chris Pine, a quien inicialmente ve como un enemigo para luego transformarse en el leal sidekick en la aventura potencialmente mortal de detener el tren fuera de control. Entre ellos dos, se establece la archiconocida dinámica de sabio-aprendiz rebelde, sumado a Rosario Dawson en el papel de jefa que se mandó un moco se opone a las autoridades y, bueno, más de las fórmulas conocidas de Hollywood, aunque este largometraje está basado en hechos reales, como dije antes. Digamos que pasa en las películas, pasa en la vida, sin pasar por TNT porque la vi en la notebook. 

En síntesis, recomendable thriller de acción para todos los públicos. Actuaciones acordes a lo deseado aunque no extraordinarias, excelente cinematografía con mención de honor al trabajo de edición y una historia que te pone de la nuca desde el minuto cero. 

7 de septiembre de 2011

Netflix en Argentina: la decepción


Hace un tiempo, me enteré del próximo arribo del moderno videoclub norteamericano a la Argentina e, inmediatamente, busqué el sitio web y me anoté en la lista de espera. Como buena cinéfila que soy, me puso muy contenta que esta empresa desembarcara acá, tras haber conocido sus bondades cuando estuve en Estados Unidos. Me imaginé que el servicio por correo no estaría disponible (¿quién le confiaría DVD’s al servicio postal local?) y que probablemente tendría algunos problemas con el streaming, dado que mi conexión de 6 Megas es tan mentirosa como el noticiero de TN. Sin embargo, le puse unos porotos y me alegré de suplantar, al menos parcialmente, las horas de descarga por navegación en el sitio.



Hoy a la mañana, me llegó el bendito mail donde anunciaba que Netflix estaba disponible y ¡gratis por un mes! A esta joven bonaerense no muy acostumbrada a pagar por sus consumos virtuales le agradó sobremanera esa posibilidad. No obstante, en pocos minutos de husmear por el sitio la emoción comenzó su caída en picada. La mayor parte de los títulos disponibles son viejos. Encontré una sola película 2011 (y podría haber más, ya estamos en septiembre, vamos). De hecho, la mayor parte son anteriores a 2007 y el anuncio oficial predica que tendrán, como mínimo, un año de antigüedad ya que se trata de una alternativa a la televisión de pago. Como contracara, resulta agradable encontrar films olvidados y volver a verlos sin que ocupen espacio en el disco duro de la notebook.

Así y todo, un pasito más allá: las películas están en una calidad baja. Debido a que su principio comercial es el amistoso “que no se corte”, la resolución es similar a la de Cuevana y eso, con la disponibilidad de un LCD FullHD, quita valor. Hay títulos disponibles en HD, pero la transmisión se adapta a la conexión disponible y, bueno, es como si no hubiera alta definición en nuestro país. Al margen, siempre quise ver Mujercitas en HD. Así de buena está la oferta. Come on!

Sigamos el camino descendente: la mayor parte del contenido está doblado. Para ser más exacta, el 80% del contenido está en español. Ya bastante tengo con el cable que cada día emite menos películas en idioma original. Los subtítulos llegarían en tres meses, tratándose de un emprendimiento de semejante envergadura, resulta imperdonable. En mi humilde opinión, estos puntos hacen mucho menos atractiva la suscripción, para nada adecuada al tipo de audiencia local.

Sin dudas, vence a Cuevana en la velocidad con la que el streaming está disponible y, efectivamente, sin cortes ni saltos en las escenas como muchas veces me pasa con el proveedor vernáculo, y en la facilidad con la que se puede avanzar o retroceder dentro del mismo título. En lo que pierde estrepitosamente es en la clasificación de las películas: dramas reconfortantes, comedias nocturnas, películas sobre viajes espaciales y así ad infinitum. Ni hablar de lo que se puede encontrar dentro de cada categoría. Lo que sí me reconfortó fue encontrar Top Secret con un esbelto Val Kilmer, Gattaca como ciencia ficción surrealista y otros largometrajes olvidados. Punto aparte para la discusión de por qué se considera a Cuevana, con su extraña situación legal, como competidor directo en forma oficial.

En mi apreciación personal, no estoy segura de querer pagar los $ 39. No por el hecho de tener que desembolsar por contenido que puedo encontrar de forma gratuita en Cuevana (hace rato que elijo calidades superiores a la disponible en este sitio), sino porque pagando una membresía trimestral en Megaupload o en Fileserve, accedo a una cantidad enorme de programas actuales y en HD. Okay, no pago derechos de autor, pero compenso yendo al cine una o dos veces por mes.

No voy a mentir, pensé hoy mismo en darme de baja del servicio porque no era lo que esperaba (y porque seguramente me voy a olvidar de desuscribirme cuando termine el mes de prueba); pero decidí darle una oportunidad a que implementen las mejoras, mientras disfruto del cine on demand y me saco el gustito de ver viejos (y no tanto) clásicos (y no tanto).

Recomiendo esta nota sobre las características del servicio.

2 de septiembre de 2011

¿Existe un derecho a olvidar?


El caso de Candela Sol Rodríguez movilizó a la sociedad entera. Sólo quien se pudo escudar en su degradada humanidad para cometer un crimen aborrecible pudo salir indemne del shock que provocó el asesinato de la nena de 11 años. Para el resto, se trata de un caso tan turbio como conmovedor, entre las sospechas sobre la madre que con tanta vehemencia pedía a los captores que le devolvieran a su hija y la certeza de que la inocencia de la pequeña no significó protección alguna ante quienes la mataron; ya sea que se trate en efecto de un ajuste de cuentas o de un caso de trata de blancas que tomó suficiente notoriedad como para que la única salida posible fuera cometer una atrocidad aún mayor que sustraer a Candela de su hogar.

Al mismo tiempo, la sociedad se imaginó ante un espejo que le devolvió horror: la posibilidad de que Candela fuera propia, la amenaza que se cierne sobre los propios hijos, sobrinos, nietos. En muchas de las voces que se levantaron para pedir un buen desenlace del caso a las autoridades, esa fue la motivación. Podría pasarme a mí, porque este tipo de casos pone en relieve que lo que nos pasa a nivel sociedad, nos atraviesa a todos.

El otro aspecto, que es el que me interesa analizar, se compuso del reclamo del rápido olvido que acontece tras sucesos semejantes. La voz de la memoria resucita los nombres de Julio López, el caso Cabezas, María Cash (tan reciente y lejano a la vez), Erica Soriano, entre otros y pone énfasis en que así como nos indignamos de forma acelerada, en una letanía algo más lenta se acaban los clamores por la resolución de los crímenes impunes. Yo me pregunto, ¿es deber de la sociedad recordar? Y aún algo más, ¿tenemos la capacidad de sobrevivir y, al mismo tiempo, revivir el horror?

El ser humano recorre su vida con la constancia para evitar la muerte y la represión de su propia mortalidad. Aspecto ineludible de la existencia, desde que nacemos vivimos en agonía, pero tratamos de vivir como si no fuera un hecho inexorable, sino una posibilidad lejana. Cuando la sociedad se vincula con casos emblemáticos, los padece como una pérdida en su fuero íntimo, con el consecuente duelo y sus etapas.

Incredulidad, bronca, negociación, tristeza y finalmente, aceptación; son las etapas que cualquiera de nosotros debe transitar porque la vida sigue y hay que aprovecharla mientras estemos en ella. A nivel comunidad, atravesar esta secuencia es lo que permite que el dinamismo no se altere, que las personas continúen con sus actividades usuales, que respeten el orden establecido, en fin, que existan dentro del orden social dado.

La negación sucede como consecuencia del carácter imprevisto, aunque previsible, del desenlace del caso. No podemos aceptar que existan semejantes que cometan hechos tan deleznables. La segunda etapa, la ira, es la que atravesamos cuando los reclamos son constantes y extensos: marchas, campañas en redes sociales, exigencia de justicia, desesperación por encontrar a los culpables. La negociación se produce cuando el caso aislado se eleva al status de hecho social y se demanda por medidas que protejan a la población en general: nuevas leyes, mayor presencia policial, investigación de hechos pasados, prevención de casos futuros. El desasosiego, a mi criterio, atraviesa todas las etapas, hasta que desemboca en aceptación que, a su vez, es lo que habilita a continuar con las actividades vitales que movilizan el deseo. Trabajar, educarse, progresar, hacer de nuestra presencia en el mundo el máximo de su potencial, independientemente de lo que suceda por fuera del microcosmos personal.

Es en este sentido que sostengo que la sociedad como conjunto tiene un derecho a olvidar y, por lo tanto, no es responsable de mantener activa la lucha por la resolución de este y otros crímenes. Sin embargo, la obligación recae en la posición del gobernante y sus funcionarios para resolver y prevenir acontecimientos futuros. No defiendo una sociedad desmemoriada y rehén del momento, pero sí sostengo que el concepto de memoria activa implica un olvido. Porque lo que forma parte del recuerdo, es aquello que se transformó en ausencia y sólo un mecanismo consciente puede extraerlo y actualizarlo al momento presente.

El complejo social no funciona sin olvido, pero cada uno de sus agentes tiene derecho a sentir indignación y expresarla por el período de tiempo que, en general, está pautado por la visibilidad mediática del hecho y, tras desaparecer de la agenda, perdura brevemente en las redes sociales y en las conversaciones cotidianas.

Para cerrar, sobre el desempeño de los medios de comunicación, una frase de Raúl Scalabrini Ortiz que circula por Facebook con una tasa de viralidad demasiado baja para sus merecidas relevancia y actualidad:

“Un crimen, un robo, un asalto, un adulterio con homicidio son sucesos sin repercusión social, despreciables y previstos en el equilibrio colectivo. El delito mayor es darles la divulgación indebida, repartirlos por todos los ámbitos, redactarlos por plumas expertas de sensacionalismo, bajo títulos pomposos, como si quisiera que todos los hombres tomaran por modelo las fechorías que relatan. Más delito que el delito es la publicidad morbosa del delito.” 


Instantáneas porteñas II

En la Ciudad de la Furia, donde a diario nos topamos con pobladores apurados, fastidiados y cubiertos de la  inconsciente violencia del andar habitual, hay lugares donde un poco de paz, un poco de arte y una pizca de naturaleza nos devuelven la Buenos Aires onírica, artística y despierta y que nos gusta llamar hogar. 

Floralis Genérica
Jardín Japonés
Museo Evita - POPulismo expo de Juan Maresca
Cementerio de la Recoleta

1 de septiembre de 2011

Por deporte y por gozo, un desafío con posibilidades de cumplirse


Cuando comenzó el año, pequé sobre mi propia biblia de cosas que se hacen y no, y me puse algunas modestas metas para los doce meses venideros. Una, vital ella, fue dejar mi anterior empleo que no dejaba de generarme disgustos, discusiones, disfonías y encarnaba la mayor distopía que podía soñar para mi carrera laboral. Así que la última semana de marzo, comuniqué a mis ex empleadores que ese jueves 31 sería el último jueves y que ya no me encontraría otro treinta y uno entre las paredes de esa oficina.

Ya desde los primeros días de enero estaba satisfecha con esa decisión que subiría mi calidad de vida, a costa de resignar un viaje a Europa y de no atiborrar mi placard de la temporada otoño-invierno 2011. No me pareció un precio muy caro y con renovada alegría me puse el segundo objetivo: leer cincuenta libros antes de fin de año. Empecé emocionadísima, casi pedante, imbuida del pensamiento de cómo iba a mejorar mi agudeza mental, encotrar inspiración para escribir una novela propia, enamorarme de países lejanos y marcarlos en el planisferio como próximo destino y tantas otras cosas más.

Sin embargo, mis impulsos son erráticos y fui cooptada por a) el retorno de las series tras el receso navideño y b) una renovada manía de bajar cualquier largometraje que encontrara en la net. Y había muchos films que esperaban llegar a mis ojos y leer me cansaba y después del triplete del Señor de los Anillos no sabía qué agarrar y Eco me había comido el cerebro con su semiótica complejidad y zaz. No tenía onda para leer ningún libro mientras era una desocupada aburrida y mediatizada.

Mayo o junio aparecieron en el calendario y miro el listadito con las lecturas 2011 y encuentro que faltan muchas celdas para llegar al objetivo. Apenas unos diez libros leídos y archivados. Empecé a culpar a Stieg Larsson por escribir novelas tan largas, que aún leídas durante largas horas y a FSV (Full Shuliet Velocity), me llevaban de tres a cinco días.

Julio, con frío y nuevo empleo, fue el empujón final para determinarme a completar el desafío, que dada pereza de los primeros meses del año, fue reducido a veinticinco unidades, y por este año lo declaramos completo, ya que no hay besos campeones en el primer round. No obstante, no contaba con el incentivo extra que fue el estreno de la última parte de la saga de Harry Potter y la lectura desaforada de los siete libros (acompañada de las siete películas).

Y entre Harry y otros personajes de universos paralelos, descubrí que los viajes en bondi se acortan muchísimo con un broli en la mano, que el amor por la lectura es distinto a andar en bicicleta (porque de eso sí que me olvidé y la última vez que me subí a una frené sin poner los pies en el piso, con las previsibles consecuencias del caso) y que más allá del número, no lo hago por una competencia conmigo misma, sino porque me gusta y a ver si se me pega un poco de todas esas brillanteces que gozo día a día, viaje a viaje y antes de irme a dormir.

Así que renovado, espero tener cincuenta títulos o más en mi haber cuando marquen las 23:59 del 31 de diciembre de 2011, y seguir catalogando y sumando, sólo con ánimo de reforzar mi memoria.

Veintiocho y contando. 

26 de agosto de 2011

Mujeres del mundo, ¡uníos!


De lo menos a lo más, libros que cuentan historias de mujeres en distintos lugares del mundo, para llegar a la conclusión de que… ¡Los hombres son todos iguales!

Comer, rezar, amar  de Elizabeth Gilbert. Novela de fama mundial, tras la filmación de la película homónima protagonizada por Julia Roberts y Javier Bardem. Se trata de la historia de una mujer en medio de la crisis de los treinta que va a hacer a Italia lo primero, a India lo segundo y a Bali lo tercero. Mi mayor problema con la novela fue que, por un lado, no soy la persona más espiritual del mundo y, por otro, el estilo de Gilbert me parece totalmente desechable. Por una vez, el film fue mejor que el libro. Go figure!

Chicas de Riad de Rajaa Alsanea. Una perspectiva del amor y la vida de cuatro mujeres jóvenes en la capital del Reino de Arabia Saudí. En su contratapa dice algo así como “Sexo en la ciudad versión saudí” y tiene un poco de ello. Fue escrito por una joven de 25 años que sacudió a su convencional sociedad mediante la confesión de las transgresiones de las saudíes, con la esperanza de poder modernizar el país al que aman. Muy interesante.

Dos chicas de Shanghai de Lisa See. Conmovedora historia de dos hermanas, niñas mimadas de la sociedad china, quienes tras los bombardeos japoneses deben emprender un largo viaje a California, donde las espera una vida sin comodidades de ningún tipo en una Chinatown que está naciendo. La autora tiene una prosa deliciosa, bella y atrapante que invita a seguir y seguir y seguir leyendo.

Mil soles espléndidos de Khaled Hosseini. Impresionante libro que cuenta la vida de dos mujeres afganas, desde mediados de siglo XX hasta la era talibán. Leer este libro en sintonía con Chicas de Riad comprueba el abanico de matices en las culturas islámicas. Me llamó mucho la atención que fuera un hombre quien pudiera retratar de mejor manera el espíritu y el padecimiento de las mujeres en Afganistán, la hipocresía de los hombres, los esfuerzos por sobrevivir en un país donde ser mujer es un crimen por sí mismo.

También leí un libro escrito por el islandés Ólafur Olafsson, Viaje a casa, que no estuvo ni bien ni mal. La historia trata sobre una islandesa que habita en Inglaterra, se entera que se va a morir y decide volver a su país natal después de muchos años. Le reconozco el mérito de jugar con la temporalidad, viajando entre diferentes pasados y alternando con el presente, como si en verdad de recuerdos se tratase.

¡Buen fin de semana!

14 de julio de 2011

La UBA que no se pisa

Confieso que me encuentro en estado de emoción violenta. Tras los acontecimientos del domingo y algunas interacciones poco satisfactorias, mi ánimo busca altercados en cualquier lugar. Hoy tras  mucho tiempo de olvido consciente, se me ocurrió entrar en el sistema de gestión de mi carrera, Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y revisar mi historial académico. Para mi sorpresa, apareció aprobada una materia cursada cinco cuatrimestres atrás y que ya había dado por perdida, abandonando toda esperanza de completar de una vez y para siempre la currícula.

Con la alegría a cuestas, digna hija de la era 2.0, compartí mi alegría en Facebook y llegaron así los comentarios de los recurrentes abandonos de la licenciatura. Sumado a ello, un breve paseo por Twitter y me encuentro con el debate TEA-Comunicación UBA. Algo que para mi cerebro formateado en la pasión por la gloriosa FSOC no puede asimilar que llegue a ser tema de discusión en un principio.

El primer (y me atrevo a decir único) punto a favor de TEA es la carencia de prácticas en la UBA, reclamo histórico de los estudiantes hartos de leer a Eco multiplicado por distintas materias o de atacar los mismos textos de Marx en el primer y último año. Analicemos algunas diferencias fundamentales:


TEA
UBA
Orientación
Periodismo
Periodismo, publicidad, comunicación comunitaria, políticas y planificación, procesos educativos.

Finalidad
Producir profesionales de mercado.
Capacitar analistas culturales e investigadores críticos para el desarrollo de la sociedad.

Herramientas
Prácticas concretas del quehacer periodístico.
Soporte teórico amplio y relativamente diverso, investigación y, en menor medida, trabajos de campo sobre organizaciones y talleres puntuales.


La sobreabundancia teórica es una de las quejas que los estudiantes de FSOC ponen en juego cuando se reclama por la reorganización del plan de carrera, acompañada de mayor diversidad de cátedras, la repetición de contenidos y el problema de la gran cantidad de finales obligatorios (ni mencionar la famosa tesina) que hacen que comunicación tenga una baja tasa de graduados y una inversamente proporcional alta de abandonos. Todo esto se vincula con la dificultad de encontrar una salida laboral tanto simultánea como posterior al egreso, muchas veces relacionada con una imposibilidad de definir el perfil del egresante. De hecho, me han ofrecido trabajo de telemarketer con la odiosa frase: “Vos te debés comunicar bien” o bien en entrevistas laborales, en el rubro de marketing, me preguntaron: “¿Y qué materias específicas tuviste para dedicarte a esto?”. Agua.

Retomo el tema de las prácticas: aprender a hacer un reportaje, comprender los criterios de noticiabilidad, obtener los principios de la producción audiovisual se pueden aprender en los talleres de la UBA. Sin embargo, adquirir un sedimento teórico como para ser capaz de profundizar en el análisis de la realidad no se consiguen en tres años en TEA. El periodismo no consiste exclusivamente en escribir cincuenta notas o producir veinte segmentos en un año de la tecnicatura. Implica una responsabilidad en la construcción de la percepción que el público tiene de lo que pasa, especialmente, con el caudal ingente de información y la multiplicación de canales por la que se la difunde.

En mi recorrido académico personal, tuve la oportunidad de hacer periodismo de verdad, tanto escrito como audiovisual. No obstante, no acaba ahí, sino que también trabajé con organizaciones sociales, de salud y gubernamentales en distintos momentos. Eso es práctica, así como analizar discursos en Comunicación III lo es o investigar Wikipedia como modelo de producción de conocimiento. Recuerdo que un profesor me dijo una vez que el estudiante de Comu tiende a no tomarse en serio a sí mismo y, en retrospectiva, estoy de acuerdo con él.

Seguramente, mi visión está sesgada por haber pasado por la FSOC, pero también mi compresión de lo que pasa alrededor mío lo está y agradezco por ello. Muchas veces, reniego de mi elección porque mi camino laboral lo recorrí según el arbitrio del mercado y hoy me dedico al marketing, en lugar de trabajar en el sector público como siempre soñé. Sin embargo, no puedo culpar a la universidad de ello porque de lo que más me gustaba, me dio lo mejor y con docentes de gran nivel. Es la UBA que no se pisa.


9 de julio de 2011

Rock hasta que se ponga el sol

Sobre una idea de Aníbal Uset, (quien terminaría siendo el director y co-autor —junto a Jorge Álvarez—de la película), se comienzan a dar los primeros pasos hacia la concreción de un sueño para muchos: realizar una película sobre rock argentino. En la mente de los productores Jorge Álvarez (ex Mandioca) y Daniel Ripoll (director de la Revista Pelo) empieza a rondar la idea de generar el Woodstock argentino y por ello organizan los Festivales B.A. Rock. El B.A. Rock III de la música progresiva tuvo lugar en la cancha de Argentinos Juniors y en el Teatro Olimpia en 1972. La película se hizo con con sólo dos cámaras y equipos que ya eran obsoletos, pero lo que importaba era la idea, mostrar toda esa música que estaba surgiendo en Buenos Aires en aquel momento. Además de los números musicales, se prepararon sketches creados los propios protagonistas e imágenes que bien podrían llegar a ser de video clips. También hubo espacio para no olvidarse de los comienzos y hacer un repaso sobre Los Gatos, Almendra, Moris, Manal, etc.

Para el número inicial del semi-documental se mecharon imágenes de un amanecer en el Río de la Plata, con la música de Color Humano, filmado en vivo en el festival. En Rock hasta que se ponga el sol hizo su debut Sui Generis. El director los incluyó en la película por la insistencia del Gordo Pierre Bayona, quien era su productor. En principio, Mestre y García no iban a participar del festival, pero ese fin de semana llovió y se tuvo que suspender, entre semana se arregló que Sui actuara y así fue como al sábado siguiente el dúo fue filmado. Ese día se rompió una de las cámaras, así que algunas partes de Sui Generis se tuvieron que volver a filmar, por ello se ve al baterista en algunas tomas con remera blanca y en otras con remera azul. Nito Mestre recuerda: “Lo que ocurrió fue que el día del Festival fuimos a tocar con Paco Pratti, que era nuestro baterista, el que grabó en el primer disco, como una cámara se había roto, hubo que filmar otra vez y ese día Paco no podía ir, así que lo reemplazó alguien, no sé quien, algún asistente”.


Pappo's Blues fue otro de los que se filmó aparte, en el Teatro Olimpia que quedaba en Sarmiento y Viamonte. En su pasaje aparece acompañado por el grupo La Máquina, una agrupación del oeste del Gran Buenos Aires. Pappo adelantó la canción “Trabajando en el ferrocarril”, luego incluida en el Volumen 3, y tocó “Tren de las 16”. Allí aparece, Juan Gatti, no sólo el bailarín de la película, sino el dibujante del arte de tapa de los discos editados en Microfón.

La participación más memorable de la película fue la de Pescado Rabioso. Originalmente no participaron del festival y fueron propuestos por Aníbal para aparecer en la película. Rememora Aníbal: “No podían faltar, justo ellos tocaban en un teatro y se arregló todo para que fuese con mi equipo de filmación y trabajara”. Son los que mayor participación tienen en la película con los dos temas de su primer simple en vivo Post Crucifixión y Despiértate nena y algo así como un primitivo video clip.


Destacable el Flaco Spinetta saliendo al escenario con una sirena de policía pegada a la espalda, en alusión directa a la represión que se vivía por el solo hecho de ser rockero y tener el pelo largo. El otro toque lo dio David Lebón al aparecer vestido de mujer. La consagración cinematográfica de Pescado Rabioso en el cine, la escena cumbre: una tarde soleada, hora de la siesta. Un suave paneo muestra calles desoladas, que reflejan la tranquilidad del barrio San Isidro. De repente, aparecen los Pescado en escena caminando despreocupados conversando entre ellos, como abstraídos de todo cuanto pueda estar sucediendo a su alrededor. Al mismo tiempo, hacen su aparición un auto Ford Farline (modelo de lujo para la época) y un Fiat 1500 azul que estacionan cada uno por su lado. Del Farline sale el chofer que le abre la puerta a una especie de conde que caminara por la calle y hará de testigo de lo que está por suceder. Ante el acercamiento de los Rabiosos, se abre la puerta del Fiat y sale un matón empuñando una escopeta y espera a que su presa este justo en el blanco. Cuando los cuatro muchachos se encuentran justo en la mira, le dispara al estómago de David Lebón, quien queda con las tripas entre las manos. Inmutable y sin muestras de dolor se acerca al agresor balanceando sus entrañas dañadas y lo increpa, azotándolo con ellas. Todo el grupo saluda, siguen su viaje como si nada hubiese ocurrido y la imagen desemboca en la actuación del Teatro Olimpia. 

La película tuvo muchas particularidades y una de ellas fue la de que cada conjunto tuvo la libertad de seleccionar los temas que querían incluir en el film. Arco Iris fue un problema porque la canción que eligieron duraba como diecisiete minutos, toda una zapada. La Pesada del Rock and Roll, fiel a su estilo, utilizó a la película para continuar con su burla hacia todo lo establecido. Ya desde el sketch en el que se burlan de la burguesía imitando a gente que toma un pomposo té, o que se baña tranquilamente mientras un séquito de mujeres le sirven las uvas directamente a la boca y con broche de oro del tema Tontos (clara alusión al poder), filmado en el festival. 


En la película también aparecen los noveles, junto a Sui Generis, León Gieco que interpreta Hombres de Hierro, Orion's Beethoven con el tema Nirmanacaya incluido en su disco debut Superángel y Gabriela (esposa de Edelmiro Molinari) cantando Campesina del Sol, su primer simple. Estos cuatro números son los únicos filmados enteramente en vivo e interpretan una sola canción, claro ellos recién comenzaban y había que pagar derecho de piso. Aníbal recuerda: “Cuando llegó el momento de Orion’s, tenía una sola cámara y para que la filmación no fuera algo quieto y monótono se me ocurrió poner esa lente que da un efecto cónico. El sonido es el sonido en vivo del grupo tomado con un cable de la consola de sonido a la cámara, sin ningún tipo de proceso de mejora, eso ocurre en toda la película, por eso el sonido es tan irregular”. Con respecto al debut de la cantante Gabriela, tuvo una banda de apoyo de lujo compuesta por Edelmiro Molinari (ex Almendra y en ese momento en Color Humano) en guitarra; Oscar Moro (Los Gatos, Huinca y Aquarium) en batería; en teclados Litto Nebbia y en el bajo Emilio del Guercio (Almendra y Aquelarre). 


Claudio Gabis, le dio no sólo a la película sino también al long play un valor adicional, ya que su interpretación de Raga se convirtió en un exclusivo. Aníbal para reflejarlo en la película mezcló imágenes de Claudio Gabis en vivo con otras tomas del guitarrista tocando en los estudios Phonalex, más fotos de lo que es el mundo real (el hambre y la guerra).


Para el final nos queda la actuación del pionero del rock nacional: Litto Nebbia, cuyos sus proyectos musicales distaban mucho de ser rock. Litto se unió al folklorista Domingo Cura e interpretaron las canciones El Bohemio y Vamos Negro, ambas incluidas en el disco Despertemos en América. Con Litto pasó lo mismo que con otros, tenía una sola cámara con película y casi tres minutos de película, por eso el aparece en vivo al principio y al final..

ROCK HASTA QUE SE PONGA EL SOL fue estrenada el jueves 8 de febrero de 1973 en el Cine Sarmiento de Lavalle 852, en salas de barrio del Gran Buenos Aires y en el cine América de Mar del Plata. Toda su campaña de promoción para el gran debut fue este aviso en la parte de espectáculos de los diarios: "El mejor programa para la juventud. Con los mejores conjuntos del momento. En color y apta para todo público". 

La película completa, con un poco de ganas, se puede ver en YouTube


La yapa




Fuente

14 de junio de 2011

Un paseo por las letras

Ayer 13 de junio, se conmemoró el día del escritor, en memoria de Leopoldo Lugones, uno de los nombres más importantes en Olimpo de la literatura argentina. Como soy una periodista que anda con la cabeza en las nubes y especializada en la no-noticia, hoy dedico unas líneas en un recorrido por mis últimas lecturas y algunas no tan nuevas, pero que dejaron una impresión en mi memoria. 

En primer lugar, mi favorito de todos los tiempos Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Recuerdo haber tenido que plantear un croquis con el árbol genealógico de la familia Buendía, al mismo tiempo que evoco una emoción de otro planeta mientras estaba aplastada en la cama con el libro sobre mis narices, devorando la historia en tiempo récord. Hace ya muchos años desde que lo leí por primera vez, pero la sensación está intacta y fue revivida hace poco mientras le dedicaba sentadas interminables a la trilogía Millenium de Stieg Larsson. Tuve el primer tomo descansando en la biblioteca durante varios meses, alternando entre el cine y otras piezas literarias, hasta que lo redescubrí ahí solitario y le di de un tirón. 

La saga que tiene a los dos protagonistas más disimiles que recuerdo, es atractiva y fácil de leer. Toma lugar en Suecia, país del que desconozco bastante, y está llena de intrigas y misterios políticos que impiden despegar los largos libros de las manos. Cada pieza tiene más de seiscientas páginas, sin embargo, se leen fácil. No tanto como La misteriosa llama de la reina Loana de Umberto Eco, que anda por las cuatrocientas, tiene múltiples ilustraciones y resulta mucho más pesado de leer. Allí se plantea el recorrido por la memoria de Giambatista Yambo Bodoni, perdida tras un accidente cerebrovascular y reconstruida a través de las revistas y libros que encuentra en su casa de veraneo en Solana. Hace honor a la profesión de su autor, semiólogo reconocido internacionalmente, desmenuzando, interpretando y reconstruyendo el pasado del protagonista, a la vez que una lección de historia. Es probable que debido a la distancia temporal entre Eco y yo que no pude conectarme del todo con el relato. Sin embargo, resulta interesante y fue satisfactorio para la comunicadora que hay en mí. Por otro lado, a comienzos de este año repasé la trilogía de J. R. R.Tolkien, El señor de los anillos, como un preámbulo para el próximo estreno de El Hobbit en su versión cinematográfica. 

De más está decir que no hay mundo más alejado al mío que el que se describe en esa obra fundamental de la literatura fantástica, pero en mi imaginación no podría ser un universo más deseado. Hombres, elfos, hobbits y enanos unidos para salvar a ese conjunto variopinto de seres de la maldad de Sauron para finalmente depositar su confianza en el dúo más impensado: dos joviales y pacíficos hobbits: Sam y Frodo. No es necesario que cuente mucho más de la historia, porque sus películas han sido vistas por millones y, también, son la crème de la crème de su género. En el mismo cosmos de ensueño, un hallazgo fue el ejemplar de Memorias del águila y del jaguar escrito por Isabel Allende. Alejado de su prosa habitual enmarcada en el realismo mágico, es una delicia de aventuras fantásticas de sus dos jóvenes protagonistas en varios continentes, donde conocen, entre otros, al abominable hombre de las nieves. 

Y si de favoritos se trata, un abominable Dorian Gray me conmovió en su retrato inmortalizado por el inefable Oscar Wilde. Ni que supiera que en el futuro los hombres intentarían conquistar la eterna juventud por medio de cirugías estéticas, realizó una semblanza del compromiso que supone para un individuo ser sujeto de la estética, mientras abandona su alma atrapada en un cuadro aunque, sin dudas, siempre ligada en él. No obstante, siempre mantenemos la esperanza de Un mundo feliz, como el que inventó Aldous Huxley, en una de las obras fundamentales de la ciencia ficción (y de las ciencias sociales, también) junto con 1984 de George Orwell, dos distopías que sabían lo que yo estaba pensando antes de que supiera que estaba pensándolo. Encontrarse con esa identificación en las palabras de otro, reconocer los propios temores y las críticas escritas cerca de medio siglo siquiera de que yo viniera al mundo, ha sido uno de los mejores regalos que la literatura me haya brindado jamás. 

Y lo que sé que estoy pensando, sin que nadie tenga que escribírmelo, es que en la lista de próximas lecturas se encuentra El guardián entre el centeno de J. D. Sallinger (otro postergado en la biblioteca), El cementerio de Praga de Umberto Eco (porque quiero reincidir con Eco, dale que va) y la biografía de Adolfo Castelo, escrita por sus dos hijas, Carla y Daniela. Parafraseando a un genio, a todos los escritores, gracias por el fuego. 

9 de junio de 2011

The Tunnel: Los piratas al poder

En los últimos años, los estudios cinematográficos y los Estados han librado una batalla en contra de la descarga ilegal de películas y por la protección de los (ingresos) por derechos de autor. Los usuarios, armados de potentes conexiones de banda ancha han dado batalla con colaboradores desinteresados que suben material con copyright a sitios de descarga directa como Megaupload, Rapidshare, Fileserve, etcétera o bien a través de P2P. El principio de los uploaders es que no se debe mercantilizar el consumo a los productos de la industria cultural, sino garantizar el acceso libre, ya que no persiguen fines de lucro. 

Más allá del atolladero legal que significa en un territorio muy difícil de legislar como Internet, el hecho es que el modelo de negocios de los distintos actores de la industria cultural (estudios de cine, discográficas, editoriales) está urgido de cambiar su forma de percibir ingresos por sus productos, atendiendo a la revolución en la forma de consumo que supone el universo 2.0. 

En este escenario, el 19 de mayo pasado se lanzó simultáneamente en DVD y a través de Bit Torrent la película The Tunnel, terror de clase B (pero del malo). Plantea una revolución en el modo de distribución, ya que se puede descargar legalmente gratis y, a la vez, propone su financiación mediante la venta de DVD's y la singular alternativa de "buy a frame" por el módico precio de un dólar, método por el que recaudaron cerca de 40 mil dólares, modesta pero llamativa suma para un film de su clase. En la primera alternativa ofrecen, además, dos horas de material extra y un final alternativo para fomentar su compra. 

Filmada en unos pocos días, con un reparto de actores no profesionales (el actor que interpreta al camarógrafo lo es de profesión desde hace 20 años), apuesta al formato de mockumentary, explotado previamente en Actividad paranormal y en Cloverfield. El argumento se centra en una periodista y tres miembros de producción que descienden a la intrincada red de túneles subterráneos bajo Sidney, donde un proyecto desestimado por el Estado planificaba utilizar un lago bajo tierra como reserva de agua dulce. Proyecto que es abandonado sin explicaciones y se mezcla con la desaparición de vagabundos que habitan esos mismos túneles. El gran fallo de la historia reside en que se alterna el material rodado por los protagonistas con testimonios grabados posteriormente, razón por la que el suspenso se suspende y no alcanza a generar un clima de tensión durante el relato, ya que es redundante quién sobrevive y quién no. No obstante, se deja mirar.

Sin embargo, pese a la calidad media del producto, la iniciativa de presentar una alternativa legal a la descarga directa y resignificar el modo de generar valor de los productos culturales es una jugada arriesgada y, esperamos, revolucionaria. Quizás llegó el momento en el que el gran aparato de la industria del entretenimiento se adapte a la forma de su universo consumidor. Veremos. 


Pelis de dudosa moral

Continuo con la línea de los últimos post, engarzado con el hecho de que estoy consumiendo demasiado cine, y "recomiendo" algunos films para recluirse en casa en estos días que la ceniza se convierte en un invitado no deseado de los hogares de GBA y el resto del mundo hispanohablante, también. 

No estoy segura de que sea una característica deseable en una película (menos aún si esperamos que el relato represente de forma medianamente fiel la realidad), pero elegí como criterio de selección tres largometrajes en las que los héroes poseen una moral cuestionable. En líneas generales, se espera que los buenos se adecuen a lo que la media considera, precisamente, bueno, esperable, respetable en una sociedad y los malos sean viles, ni más ni menos. Por distintos motivos, considero que sin ser filmes sobresalientes dentro de la industria, los que siguen subvierten ese principio. 

The company men (2010) Boo-hoo! EE.UU. atraviesa una crisis importante en su economía y los chicos ricos se hacen menos ricos y pobres de ellos que experimentan el desempleo y se enfrentan a un mercado laboral en contracción. Si bien le doy el visto bueno por mostrar como para la mayor parte de los garcas portentados de hoy pueden ser los homeless de mañana gracias a una economía basada en el crédito y la especulación, me hubiera generado más simpatía que retraten qué sucede en la vida de alguien en un sector medio o medio bajo. Buen intento, pobre desarrollo de los personajes (el de Kevin Costner, sorprendentemente, era el más interesante y el menos explotado) y una conclusión inverosímil. 

Unknown (2011) Liam Neeson disfruta de la potencia de los títulos de una sola palabra. Tras haber representado a un tipo duro, dispuesto a todo para salvar a su hija, en Taken, regresa con este film en el que da vida a un hombre que se despierta tras haber pasado cuatro días en coma por un accidente, sólo para ver que nadie lo reconoce y otro hombre ha usurpado su identidad. Todo mientras está en Berlín para dar una conferencia en un congreso de biotecnología, donde un príncipe bondadoso del mundo árabe trabaja con un profesor alemán para acabar con el hambre en el mundo. Todo muy lindo, ¿no? Esperen a verla y saquen sus propias conclusiones. A mí me dejó un gusto a moral católica, con eso ya les digo mucho. 

Let me in (2010) Esta es un poco más viejita, remake de su homónima sueca, en sintonía con el revival vampírico de los últimos años, aunque más cercana a lo clásico que a la saga Twilight. Un niño de 12 años, más pequeño que sus compañeros, es acosado en la escuela, no tiene amigos y vive en un lugar lleno de nieve donde conoce a una nena que anda en patas y, a la sazón, es una vampiresa. Como no podía ser de otra manera, se hacen amigos. Tras la bella fachada inocente de Abby, el pobre infeliz queda bajo su hechizo y... bueno, película de vampiros, así que hay asesinatos para que la pobre pueda alimentarse y esas cosas. 

De las tres, mi favorita es Let me in, ya que desde que leí las Crónicas Vampíricas de Anne Rice me convertí en una fiel amante del género. Por ese motivo fui hasta New Orleans, para rastrear a mi querido Lestat, quien se escondió sistemáticamente y se debe haber morfado a algún borracho esa Semana Santa... Derrotero fantasioso aparte, cinematográficamente es la mejor lograda, seguida de cerca por Unknown (impecable mi fetiche Liam Neeson)  y en ultimísimo lugar The company men que, a pesar de ser un drama, me pareció la menos realista de las tres, casi un spot propagandístico. Eso sí, destacable la actuación de Tommy Lee Jones y de Chris Cooper. 

Enjoy!

31 de mayo de 2011

Pelis para paladares McDonalds

Hoy, dedico este espacio a esas películas que hacen honor al dicho popular: "El hombre, como el oso, cuanto más feo, más hermoso". Hay films que escapan a los parámetros de lo bueno en el ámbito de los 24mm y ofrecen un goce estético diferente. No se trata de cintas malas (respecto a su género) al estilo de Skyline o Lady in the water, sino de piezas artísticas que invitan a un lenguaje diferente, a una comprensión en su propio vocabulario, en el universo de lo bizarro: extravagante y atípico e incluso estúpido. Después de todo, aunque enfrente esté Rodizio, la tentación de un cuarto de libra en McDonalds es muy difícil de evitar.

A continuación, mis favoritas del último mes:

Un joven escuálido e inadecuado debe vencer a todos los ex novios súperpoderosos de su chica, en orden de ganar su corazón, con ambiente gamer. 

Un neumático vengativo que hasta mira televisión, comete una serie de asesinatos a través de sus poderes telepáticos. ¿Qué más se puede decir?

Gore, gore, gore y más gore del director Robert Rodríguez. La venganza de Machete -con su arma homónima- y chicas hot acompañándolo. 


¡Suficientes recomendaciones por hoy y más que suficientes horas de entretenimiento clase B por delante!