14 de junio de 2011

Un paseo por las letras

Ayer 13 de junio, se conmemoró el día del escritor, en memoria de Leopoldo Lugones, uno de los nombres más importantes en Olimpo de la literatura argentina. Como soy una periodista que anda con la cabeza en las nubes y especializada en la no-noticia, hoy dedico unas líneas en un recorrido por mis últimas lecturas y algunas no tan nuevas, pero que dejaron una impresión en mi memoria. 

En primer lugar, mi favorito de todos los tiempos Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Recuerdo haber tenido que plantear un croquis con el árbol genealógico de la familia Buendía, al mismo tiempo que evoco una emoción de otro planeta mientras estaba aplastada en la cama con el libro sobre mis narices, devorando la historia en tiempo récord. Hace ya muchos años desde que lo leí por primera vez, pero la sensación está intacta y fue revivida hace poco mientras le dedicaba sentadas interminables a la trilogía Millenium de Stieg Larsson. Tuve el primer tomo descansando en la biblioteca durante varios meses, alternando entre el cine y otras piezas literarias, hasta que lo redescubrí ahí solitario y le di de un tirón. 

La saga que tiene a los dos protagonistas más disimiles que recuerdo, es atractiva y fácil de leer. Toma lugar en Suecia, país del que desconozco bastante, y está llena de intrigas y misterios políticos que impiden despegar los largos libros de las manos. Cada pieza tiene más de seiscientas páginas, sin embargo, se leen fácil. No tanto como La misteriosa llama de la reina Loana de Umberto Eco, que anda por las cuatrocientas, tiene múltiples ilustraciones y resulta mucho más pesado de leer. Allí se plantea el recorrido por la memoria de Giambatista Yambo Bodoni, perdida tras un accidente cerebrovascular y reconstruida a través de las revistas y libros que encuentra en su casa de veraneo en Solana. Hace honor a la profesión de su autor, semiólogo reconocido internacionalmente, desmenuzando, interpretando y reconstruyendo el pasado del protagonista, a la vez que una lección de historia. Es probable que debido a la distancia temporal entre Eco y yo que no pude conectarme del todo con el relato. Sin embargo, resulta interesante y fue satisfactorio para la comunicadora que hay en mí. Por otro lado, a comienzos de este año repasé la trilogía de J. R. R.Tolkien, El señor de los anillos, como un preámbulo para el próximo estreno de El Hobbit en su versión cinematográfica. 

De más está decir que no hay mundo más alejado al mío que el que se describe en esa obra fundamental de la literatura fantástica, pero en mi imaginación no podría ser un universo más deseado. Hombres, elfos, hobbits y enanos unidos para salvar a ese conjunto variopinto de seres de la maldad de Sauron para finalmente depositar su confianza en el dúo más impensado: dos joviales y pacíficos hobbits: Sam y Frodo. No es necesario que cuente mucho más de la historia, porque sus películas han sido vistas por millones y, también, son la crème de la crème de su género. En el mismo cosmos de ensueño, un hallazgo fue el ejemplar de Memorias del águila y del jaguar escrito por Isabel Allende. Alejado de su prosa habitual enmarcada en el realismo mágico, es una delicia de aventuras fantásticas de sus dos jóvenes protagonistas en varios continentes, donde conocen, entre otros, al abominable hombre de las nieves. 

Y si de favoritos se trata, un abominable Dorian Gray me conmovió en su retrato inmortalizado por el inefable Oscar Wilde. Ni que supiera que en el futuro los hombres intentarían conquistar la eterna juventud por medio de cirugías estéticas, realizó una semblanza del compromiso que supone para un individuo ser sujeto de la estética, mientras abandona su alma atrapada en un cuadro aunque, sin dudas, siempre ligada en él. No obstante, siempre mantenemos la esperanza de Un mundo feliz, como el que inventó Aldous Huxley, en una de las obras fundamentales de la ciencia ficción (y de las ciencias sociales, también) junto con 1984 de George Orwell, dos distopías que sabían lo que yo estaba pensando antes de que supiera que estaba pensándolo. Encontrarse con esa identificación en las palabras de otro, reconocer los propios temores y las críticas escritas cerca de medio siglo siquiera de que yo viniera al mundo, ha sido uno de los mejores regalos que la literatura me haya brindado jamás. 

Y lo que sé que estoy pensando, sin que nadie tenga que escribírmelo, es que en la lista de próximas lecturas se encuentra El guardián entre el centeno de J. D. Sallinger (otro postergado en la biblioteca), El cementerio de Praga de Umberto Eco (porque quiero reincidir con Eco, dale que va) y la biografía de Adolfo Castelo, escrita por sus dos hijas, Carla y Daniela. Parafraseando a un genio, a todos los escritores, gracias por el fuego. 

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Dicen que uno no se escapa ni de los cuernos ni de la muerte... resulta que de los comentarios nada relevantes, tampoco.