14 de septiembre de 2011

Trabajo, esa cosa que indignifica


Como si de una entrevista se tratase, me pregunté: ¿Qué espera usted de su próximo empleo? Y… que me guste, como para empezar a hablar. Que si me prometen crecimiento, sea en jerarquía y no en responsabilidades con el mismo salario. Si me hablan de viajes, que sean más lejos que Palermo. Si me ofrecen capacitación, que no consista en buscar un artículo en Internet. Si el requisito es tener un título, que no me paguen como a un pinche. De lo contrario, voy a pensar que me están filmando para una cámara oculta de Videomatch.

Pero si vamos a un mundo ideal, diría que me paguen mucho por trabajar poco, acceso irrestricto a Facebook y Twitter, que no me falte MSNSkypeGtalk y cualquier mensajero existente de aquí a la eternidad, horario a mi medida (nunca antes de las 10am) y poder teletrabajar una vez por semana para no tener que vestirme ni embadurnarme de maquillaje. ¡Ah! Y días extra de vacaciones, no todos juntos, sino durante el año, para poder hacer una de esas escapadas que anuncian en Groupon. Y un termo lleno de agua para el mate. Y yerba. Y galletitas. Y nada más, creo. En síntesis, señor entrevistador virtual, quiero ser jefe.

Y si de gerentes se tratase, me gustaría que el que me toque sea medianamente capaz en lo que hace y no un experto en delegar y jamás en solucionar, como muchos de los que conocí hasta ahora. Me gustaría sentir que ese tipo o tipa está arriba mío por algún tipo de meritocracia y no que gana el doble porque tiene labia. Y que no escriba “teGnología” o me mande un mail en el que diga que tengo que hacer las cosas “HaCí”, porque alguien que escribe “HaCí” no aprendió a usar la “teGnología” del modo básico como para usar un corrector gramatical y, por consiguiente, pierde toda su credibilidad.

Y si nos metemos con el tan moderno clima laboral, me gustaría que mis compañeros sean solidarios, en lugar de viles competidores por las migajas corporativas y que no se comporten como si estuviéramos disputándonos el anillo del poder o las reliquias de la muerte. Vamos, si fuera así, yo también sería una sucia contrincante dispuesta a diezmar las bases del trabajo ajeno o a escupir el café del otro o, simplemente, robarle el turno en el microondas. Pero, la verdad, por una palmadita en la espalda o un par de entradas de cine no me interesa ser tan mezquina. Aunque también es cierto que, si bien me interesa mi propio éxito, me importa más hacerlo por mi propio trabajo que por ensuciar a un par.

Y no me vengan con charlas motivadoras, ni promesas de proyectos de mejora. Estamos en año electoral, ya tengo suficiente con los políticos como para que me sumen plataformas imaginarias a mis sinapsis incompletas. Los lemas de unidad y progreso dejémoslos para la constitución francesa. A mí me dejan salir antes y llegar tarde de vez en cuando y con eso me basta un poco.

Ya acepté que, cualquiera sea el empleo, me la van a terminar dando por colectora, pero que sea con consentimiento, aunque siempre sin ganas. No le voy a decir a la empresa lo grande que es y que jamás conocí una igual. Un rapidito y sigamos todos en nuestros respectivos caminos de explotador y explotada con un grado de felicidad promedio. Eso pido. Y que de vez en cuando se le caiga un es la primera vez que me pasa cuando un aumento se le escapa y va a parar a mi flaco bolsillo agujereado por la inflación.

11 de septiembre de 2011

Denzel tiene que parar un tren. ¿Qué tren, qué tren...?

Con ver una película protagonizada por Denzel Washington, es posible zafarse de todas las demás porque, básicamente, todas resultan iguales. Y si tuviera que elegir una para que sea la metonimia del resto, sería Unstoppable (2010).

En serio, el tipo actúa de una manera que me hace creer que ser actor es lo mismo que cajero del peaje. Basta recibir la capacitación inicial para obtener el mismo resultado una y otra vez sin sobresaltos. Okay, no vi toda la filmografía de Denzel porque no le di un lugar en mi Olimpo, pero las pelis que vi me entregan el mismo personaje una y otra vez. Un hombre no lo suficientemente reconocido en lo que hace, siempre con el mismo tono e inflexiones en la voz, la misma cara de nada con levísimas contracciones musculares de ira, tristeza o sorpresa y una sonrisa de coté, medio burlona en el mismo tipo simplón. Ya sé, ganó dos Oscars, pero a mí el buen mozo actor no me termina de convencer. 

Con reservas, hacía rato que quería mirar Unstoppable. No soy fan ni por asomo de las películas de acción, de hecho, trato de evitarlas, pero el argumento me tentó. Hacía largo rato (es que tengo memoria corta) que un film no me tenía atrapada ni me obligaba a contener la respiración. Basada en un hecho real, trata de un convoy que por un error humano va por la vía principal de Pensilvania a más de 100km/h sin conductor. Para hacerla más heavy, ocho de los veintinueve vagones cargan una sustancia altamente inflamable y contaminante y uno sólo basta para volar un pueblo pequeño, como los que están en el camino del imparable tren. Para añadir dramatismo, hay una curva cerrada al lado de unos depósitos de combustible imposible de pasar si no es a 30km/h. Contrarreloj, Denzel y Chris Pine son la última esperanza de evitar la catástrofe. 

Un legítimo amante del género desearía más explosiones y víctimas, pero el relato se sostiene perfectamente en un clímax permanente sin acudir a efectos especiales excesivos. Hay un excelente trabajo de cámaras, con planos medios que se acortan de un salto violento, vistas desde los rieles, en verdad, una sabrosa composición cinematográfica de la tensión que sufre la compañía responsable de la formación imparable. 

Nuestro semi-veterano Denzel, voz de la experiencia y encarnación del heroísmo, representa su papel de "tipo que está de vuelta" junto a un novel Chris Pine, a quien inicialmente ve como un enemigo para luego transformarse en el leal sidekick en la aventura potencialmente mortal de detener el tren fuera de control. Entre ellos dos, se establece la archiconocida dinámica de sabio-aprendiz rebelde, sumado a Rosario Dawson en el papel de jefa que se mandó un moco se opone a las autoridades y, bueno, más de las fórmulas conocidas de Hollywood, aunque este largometraje está basado en hechos reales, como dije antes. Digamos que pasa en las películas, pasa en la vida, sin pasar por TNT porque la vi en la notebook. 

En síntesis, recomendable thriller de acción para todos los públicos. Actuaciones acordes a lo deseado aunque no extraordinarias, excelente cinematografía con mención de honor al trabajo de edición y una historia que te pone de la nuca desde el minuto cero. 

7 de septiembre de 2011

Netflix en Argentina: la decepción


Hace un tiempo, me enteré del próximo arribo del moderno videoclub norteamericano a la Argentina e, inmediatamente, busqué el sitio web y me anoté en la lista de espera. Como buena cinéfila que soy, me puso muy contenta que esta empresa desembarcara acá, tras haber conocido sus bondades cuando estuve en Estados Unidos. Me imaginé que el servicio por correo no estaría disponible (¿quién le confiaría DVD’s al servicio postal local?) y que probablemente tendría algunos problemas con el streaming, dado que mi conexión de 6 Megas es tan mentirosa como el noticiero de TN. Sin embargo, le puse unos porotos y me alegré de suplantar, al menos parcialmente, las horas de descarga por navegación en el sitio.



Hoy a la mañana, me llegó el bendito mail donde anunciaba que Netflix estaba disponible y ¡gratis por un mes! A esta joven bonaerense no muy acostumbrada a pagar por sus consumos virtuales le agradó sobremanera esa posibilidad. No obstante, en pocos minutos de husmear por el sitio la emoción comenzó su caída en picada. La mayor parte de los títulos disponibles son viejos. Encontré una sola película 2011 (y podría haber más, ya estamos en septiembre, vamos). De hecho, la mayor parte son anteriores a 2007 y el anuncio oficial predica que tendrán, como mínimo, un año de antigüedad ya que se trata de una alternativa a la televisión de pago. Como contracara, resulta agradable encontrar films olvidados y volver a verlos sin que ocupen espacio en el disco duro de la notebook.

Así y todo, un pasito más allá: las películas están en una calidad baja. Debido a que su principio comercial es el amistoso “que no se corte”, la resolución es similar a la de Cuevana y eso, con la disponibilidad de un LCD FullHD, quita valor. Hay títulos disponibles en HD, pero la transmisión se adapta a la conexión disponible y, bueno, es como si no hubiera alta definición en nuestro país. Al margen, siempre quise ver Mujercitas en HD. Así de buena está la oferta. Come on!

Sigamos el camino descendente: la mayor parte del contenido está doblado. Para ser más exacta, el 80% del contenido está en español. Ya bastante tengo con el cable que cada día emite menos películas en idioma original. Los subtítulos llegarían en tres meses, tratándose de un emprendimiento de semejante envergadura, resulta imperdonable. En mi humilde opinión, estos puntos hacen mucho menos atractiva la suscripción, para nada adecuada al tipo de audiencia local.

Sin dudas, vence a Cuevana en la velocidad con la que el streaming está disponible y, efectivamente, sin cortes ni saltos en las escenas como muchas veces me pasa con el proveedor vernáculo, y en la facilidad con la que se puede avanzar o retroceder dentro del mismo título. En lo que pierde estrepitosamente es en la clasificación de las películas: dramas reconfortantes, comedias nocturnas, películas sobre viajes espaciales y así ad infinitum. Ni hablar de lo que se puede encontrar dentro de cada categoría. Lo que sí me reconfortó fue encontrar Top Secret con un esbelto Val Kilmer, Gattaca como ciencia ficción surrealista y otros largometrajes olvidados. Punto aparte para la discusión de por qué se considera a Cuevana, con su extraña situación legal, como competidor directo en forma oficial.

En mi apreciación personal, no estoy segura de querer pagar los $ 39. No por el hecho de tener que desembolsar por contenido que puedo encontrar de forma gratuita en Cuevana (hace rato que elijo calidades superiores a la disponible en este sitio), sino porque pagando una membresía trimestral en Megaupload o en Fileserve, accedo a una cantidad enorme de programas actuales y en HD. Okay, no pago derechos de autor, pero compenso yendo al cine una o dos veces por mes.

No voy a mentir, pensé hoy mismo en darme de baja del servicio porque no era lo que esperaba (y porque seguramente me voy a olvidar de desuscribirme cuando termine el mes de prueba); pero decidí darle una oportunidad a que implementen las mejoras, mientras disfruto del cine on demand y me saco el gustito de ver viejos (y no tanto) clásicos (y no tanto).

Recomiendo esta nota sobre las características del servicio.

2 de septiembre de 2011

¿Existe un derecho a olvidar?


El caso de Candela Sol Rodríguez movilizó a la sociedad entera. Sólo quien se pudo escudar en su degradada humanidad para cometer un crimen aborrecible pudo salir indemne del shock que provocó el asesinato de la nena de 11 años. Para el resto, se trata de un caso tan turbio como conmovedor, entre las sospechas sobre la madre que con tanta vehemencia pedía a los captores que le devolvieran a su hija y la certeza de que la inocencia de la pequeña no significó protección alguna ante quienes la mataron; ya sea que se trate en efecto de un ajuste de cuentas o de un caso de trata de blancas que tomó suficiente notoriedad como para que la única salida posible fuera cometer una atrocidad aún mayor que sustraer a Candela de su hogar.

Al mismo tiempo, la sociedad se imaginó ante un espejo que le devolvió horror: la posibilidad de que Candela fuera propia, la amenaza que se cierne sobre los propios hijos, sobrinos, nietos. En muchas de las voces que se levantaron para pedir un buen desenlace del caso a las autoridades, esa fue la motivación. Podría pasarme a mí, porque este tipo de casos pone en relieve que lo que nos pasa a nivel sociedad, nos atraviesa a todos.

El otro aspecto, que es el que me interesa analizar, se compuso del reclamo del rápido olvido que acontece tras sucesos semejantes. La voz de la memoria resucita los nombres de Julio López, el caso Cabezas, María Cash (tan reciente y lejano a la vez), Erica Soriano, entre otros y pone énfasis en que así como nos indignamos de forma acelerada, en una letanía algo más lenta se acaban los clamores por la resolución de los crímenes impunes. Yo me pregunto, ¿es deber de la sociedad recordar? Y aún algo más, ¿tenemos la capacidad de sobrevivir y, al mismo tiempo, revivir el horror?

El ser humano recorre su vida con la constancia para evitar la muerte y la represión de su propia mortalidad. Aspecto ineludible de la existencia, desde que nacemos vivimos en agonía, pero tratamos de vivir como si no fuera un hecho inexorable, sino una posibilidad lejana. Cuando la sociedad se vincula con casos emblemáticos, los padece como una pérdida en su fuero íntimo, con el consecuente duelo y sus etapas.

Incredulidad, bronca, negociación, tristeza y finalmente, aceptación; son las etapas que cualquiera de nosotros debe transitar porque la vida sigue y hay que aprovecharla mientras estemos en ella. A nivel comunidad, atravesar esta secuencia es lo que permite que el dinamismo no se altere, que las personas continúen con sus actividades usuales, que respeten el orden establecido, en fin, que existan dentro del orden social dado.

La negación sucede como consecuencia del carácter imprevisto, aunque previsible, del desenlace del caso. No podemos aceptar que existan semejantes que cometan hechos tan deleznables. La segunda etapa, la ira, es la que atravesamos cuando los reclamos son constantes y extensos: marchas, campañas en redes sociales, exigencia de justicia, desesperación por encontrar a los culpables. La negociación se produce cuando el caso aislado se eleva al status de hecho social y se demanda por medidas que protejan a la población en general: nuevas leyes, mayor presencia policial, investigación de hechos pasados, prevención de casos futuros. El desasosiego, a mi criterio, atraviesa todas las etapas, hasta que desemboca en aceptación que, a su vez, es lo que habilita a continuar con las actividades vitales que movilizan el deseo. Trabajar, educarse, progresar, hacer de nuestra presencia en el mundo el máximo de su potencial, independientemente de lo que suceda por fuera del microcosmos personal.

Es en este sentido que sostengo que la sociedad como conjunto tiene un derecho a olvidar y, por lo tanto, no es responsable de mantener activa la lucha por la resolución de este y otros crímenes. Sin embargo, la obligación recae en la posición del gobernante y sus funcionarios para resolver y prevenir acontecimientos futuros. No defiendo una sociedad desmemoriada y rehén del momento, pero sí sostengo que el concepto de memoria activa implica un olvido. Porque lo que forma parte del recuerdo, es aquello que se transformó en ausencia y sólo un mecanismo consciente puede extraerlo y actualizarlo al momento presente.

El complejo social no funciona sin olvido, pero cada uno de sus agentes tiene derecho a sentir indignación y expresarla por el período de tiempo que, en general, está pautado por la visibilidad mediática del hecho y, tras desaparecer de la agenda, perdura brevemente en las redes sociales y en las conversaciones cotidianas.

Para cerrar, sobre el desempeño de los medios de comunicación, una frase de Raúl Scalabrini Ortiz que circula por Facebook con una tasa de viralidad demasiado baja para sus merecidas relevancia y actualidad:

“Un crimen, un robo, un asalto, un adulterio con homicidio son sucesos sin repercusión social, despreciables y previstos en el equilibrio colectivo. El delito mayor es darles la divulgación indebida, repartirlos por todos los ámbitos, redactarlos por plumas expertas de sensacionalismo, bajo títulos pomposos, como si quisiera que todos los hombres tomaran por modelo las fechorías que relatan. Más delito que el delito es la publicidad morbosa del delito.” 


Instantáneas porteñas II

En la Ciudad de la Furia, donde a diario nos topamos con pobladores apurados, fastidiados y cubiertos de la  inconsciente violencia del andar habitual, hay lugares donde un poco de paz, un poco de arte y una pizca de naturaleza nos devuelven la Buenos Aires onírica, artística y despierta y que nos gusta llamar hogar. 

Floralis Genérica
Jardín Japonés
Museo Evita - POPulismo expo de Juan Maresca
Cementerio de la Recoleta

1 de septiembre de 2011

Por deporte y por gozo, un desafío con posibilidades de cumplirse


Cuando comenzó el año, pequé sobre mi propia biblia de cosas que se hacen y no, y me puse algunas modestas metas para los doce meses venideros. Una, vital ella, fue dejar mi anterior empleo que no dejaba de generarme disgustos, discusiones, disfonías y encarnaba la mayor distopía que podía soñar para mi carrera laboral. Así que la última semana de marzo, comuniqué a mis ex empleadores que ese jueves 31 sería el último jueves y que ya no me encontraría otro treinta y uno entre las paredes de esa oficina.

Ya desde los primeros días de enero estaba satisfecha con esa decisión que subiría mi calidad de vida, a costa de resignar un viaje a Europa y de no atiborrar mi placard de la temporada otoño-invierno 2011. No me pareció un precio muy caro y con renovada alegría me puse el segundo objetivo: leer cincuenta libros antes de fin de año. Empecé emocionadísima, casi pedante, imbuida del pensamiento de cómo iba a mejorar mi agudeza mental, encotrar inspiración para escribir una novela propia, enamorarme de países lejanos y marcarlos en el planisferio como próximo destino y tantas otras cosas más.

Sin embargo, mis impulsos son erráticos y fui cooptada por a) el retorno de las series tras el receso navideño y b) una renovada manía de bajar cualquier largometraje que encontrara en la net. Y había muchos films que esperaban llegar a mis ojos y leer me cansaba y después del triplete del Señor de los Anillos no sabía qué agarrar y Eco me había comido el cerebro con su semiótica complejidad y zaz. No tenía onda para leer ningún libro mientras era una desocupada aburrida y mediatizada.

Mayo o junio aparecieron en el calendario y miro el listadito con las lecturas 2011 y encuentro que faltan muchas celdas para llegar al objetivo. Apenas unos diez libros leídos y archivados. Empecé a culpar a Stieg Larsson por escribir novelas tan largas, que aún leídas durante largas horas y a FSV (Full Shuliet Velocity), me llevaban de tres a cinco días.

Julio, con frío y nuevo empleo, fue el empujón final para determinarme a completar el desafío, que dada pereza de los primeros meses del año, fue reducido a veinticinco unidades, y por este año lo declaramos completo, ya que no hay besos campeones en el primer round. No obstante, no contaba con el incentivo extra que fue el estreno de la última parte de la saga de Harry Potter y la lectura desaforada de los siete libros (acompañada de las siete películas).

Y entre Harry y otros personajes de universos paralelos, descubrí que los viajes en bondi se acortan muchísimo con un broli en la mano, que el amor por la lectura es distinto a andar en bicicleta (porque de eso sí que me olvidé y la última vez que me subí a una frené sin poner los pies en el piso, con las previsibles consecuencias del caso) y que más allá del número, no lo hago por una competencia conmigo misma, sino porque me gusta y a ver si se me pega un poco de todas esas brillanteces que gozo día a día, viaje a viaje y antes de irme a dormir.

Así que renovado, espero tener cincuenta títulos o más en mi haber cuando marquen las 23:59 del 31 de diciembre de 2011, y seguir catalogando y sumando, sólo con ánimo de reforzar mi memoria.

Veintiocho y contando.