22 de septiembre de 2010

El teatro informativo

El panorama actual de la información en Argentina experimenta la máxima polarización de la primera década en el nuevo milenio. Los medios son K o anti K, sin medias tintas. Loas o vituperios y no más opciones. El público consumidor encuentra un desafío: ¿cómo saber qué versión se ajusta más a los hechos? La confianza entre emisor y receptor –usando viejos términos jakobsonianos– se cubre de suspicacia o de fervor futbolero. “Ah, ese es un medio K”, y tras la afirmación aparece el descrédito o la sospecha. Entre los que desconfían, la actitud pendula entre no creer a nadie y el resurgimiento de la validez de la experiencia personal y conversacional.

Por curiosidad profesional y necesidad ciudadana, leo más de un diario al día. Los principales son Clarín y Página 12, con algunas visitas esporádicas a La Nación e Infobae. Cuestiones doctrinarias me frenaron siempre ante la posibilidad de disfrutar los artículos del diario de Mitre, sin embargo, solía tenerle respeto por su honestidad intelectual. La ideología no es reprochable, para mí era un medio dirigido a un sector de la sociedad y narrado según los principios de su postura política, sin embargo, fiel a la materia prima: los hechos. Del mismo modo, Página siempre fue de izquierda y Clarín le habla a la clase media típica, con vaivenes típicos del negocio. Ninguna posición es neutral, jamás. Ningún artículo periodístico es objetivo. Siempre hay un sujeto que relata desde un lugar ideológico y, en el caso de los grandes periódicos, respetando las coordenadas que dictamina la cúpula.

En fenómeno actual es radical. No radical yrigoyenista, sino extremo. La deformación de las noticias llegó a niveles inauditos. Nada parece acercarse a lo real. Leer dos o cuatro diarios no alcanza. Hay que buscar en las fuentes, indagar, analizar, desmenuzar. Un hecho en un medio es catastrófico y en el otro auspicioso. Un ejemplo, el caso Fibertel:

La Nación
El Gobierno le quitó la licencia a Fibertel, empresa del Grupo Clarín
Infobae
Gobierno anunció la caducidad de la licencia de Fibertel como proveedor de internet
Página 12
El Gobierno anuló la licencia del proveedor de internet Fibertel
Clarín
Pelea con Clarín: el Gobierno prohíbe a Cablevisión seguir dando conexión a Internet

Fuera de los que cursamos comunicación y tenemos cierto conocimiento de la regulación del rubro, no se conoce que el reglamento sobre el que se basa la medida del gobierno fue sancionado en el año 2000, bajo la presidencia de De La Rúa. Para el claríndependiente, una avanzada más en la furia K contra el gran diario argentino.

En otros temas de la agenda más cercanos a la gente, el punto se mantiene aunque su resolución no es la misma. El primero indiscutido en la lista, la inseguridad, forma parte de las conversaciones diarias y es parte de la vida de los argentinos, porque independientemente de ser objeto de un delito, el temor modifica la experiencia urbana. Es allí donde la interacción cobra importancia: en los encuentros con otros se construye una representación de lo real y, finalmente, una opinión.

Ahora bien, la dificultad es que más allá de la información provista por los otros, el universo de lo social resulta demasiado vasto y complejo como para ser conocido y sistematizado por el entorno directo. Ya en el siglo XIX, los Estados nacientes debieron implementar la estadística para mapear la población existente y sus problemas. “Al hermano de un amigo le robaron y…”. Todos los relatos de este tipo son insuficientes para describir el panorama pero, al mismo tiempo, devienen en percepción y experiencia de la cuestión. Tal como sucede en los noticieros, un mismo delito contado una y otra vez prueba (deficientemente) lo que se pretende constatar. Ya sea la historia del hermano de un amigo o el caso Píparo, la reproducción permanente e insistente coteja la imagen preexistente: en Argentina, salís a la calle y te matan.

Poco importa si el crimen fue pasional, de venganza o efectivamente un robo. Lo importante es la muerte, el cadáver. No es relevante la estadística porque el gobierno las dibuja. Estadísticamente, fallecen 8000 personas al año en accidentes de tránsito y alrededor de 2500 por homicidio doloso. De las 2500, un 33% corresponde a crímenes pasionales. A grandes rasgos, los vehículos matan más personas que las armas. De diez muertes, ocho serían por accidentes viales y dos por asesinato. Todavía estoy esperando el titular que diga: “¡Cruzamos la calle y nos matan!”.

Resulta necesario exigir no sólo medidas tendientes a salvaguardar la integridad física, sino veracidad en las informaciones que se difunden. Los medios de comunicación son servicios de interés público y un elemento fundamental de las sociedades democráticas. No se trata de una expresión de deseo, es un requerimiento legal por la función que cumplen. Este comportamiento es injustificable por la salvaguarda de su tasa de ganancia y posición en el mercado. Para pensar una analogía, el Hospital Británico es privado y no va a sacar más apéndices para facturar más a las obras sociales, ya que tiene una responsabilidad ética.

Información es poder: poder elegir, poder decidir, poder aprender, poder vivir. Y esa capacidad debe estar del lado de los ciudadanos. Si somos una masa, hagamos facturas y pasémoselas a los responsables.

13 de septiembre de 2010

Inoperancia y silencio

El domingo pasado en Liniers, el hincha de River Walter Paz falleció a la salida del Amalfitani. Se desvaneció mientras abandonaba el estadio junto a sus amigos, quienes llamaron una ambulancia que tras 45 minutos no había llegado. En la tribuna visitante, no había asistencia médica de ningún tipo, por lo que uno de sus acompañantes lo cruzó en andas por la platea local para llevarlo hasta la sala de primeros auxilios donde intentaron reanimarlo. Tenía dieciocho años.

En ningún medio se escribió ni se dijo una palabra al respecto, excepto en páginas relacionadas con River. Los mismos que llenan sus espacios con muertes de todo tipo y color hicieron silenzio stampa. Demasiado grande el negocio futbolero para salir a hablar de ello. Sólo se publicó sobre el regreso a la zona de promoción o la habilitación del Antonio V. Liberti para hacer recitales. Nadie se atrevió a denunciar públicamente a una institución que se enorgullece de ser “modelo” por no contar con atención médica para el público rival. Oponente sólo dentro del campo de juego, por noventa minutos. Luego, todos seres humanos. Ese folklore de hacer sentir incómodo al visitante, sin ponerle luz a la salida, negándole atención médica, es el que juega en contra de todo el fútbol, que debería disfrutarse como el espectáculo que es. Mediocres quienes soportan esos encomios, asesinos quienes habilitan estas situaciones. La Asociación del Fútbol Argentino me da vergüenza.

Hoy en la cancha, la voz del estadio lo homenajeó con un minuto de aplausos. El club había solicitado autorización a la AFA para hacer un minuto de silencio y fue denegada. Antes del partido, en el playón, familiares y amigos, más hinchas que se sumaron en el momento, lo recordaron con emoción. En las tribunas, banderas celebraron su pasión riverplatense. Sin embargo, nada alcanza si no se brega por justicia y abogando por condiciones de seguridad suficientes para todas las personas que participan del ritual futbolero de cada fin de semana en cada encuentro.

La vida, sin lugar a dudas, no puede ser nada relevante.

25 de agosto de 2010

La cultura de los idiotas

Cultura masiva, cultura pop, alta cultura, cultura alcohólica. Muchos adjetivos segmentan la dimensión que atraviesa perpendicularmente la vida. La primera de ellas corresponde a la sociedad actual que es, por supuesto, de masas. Pero el concepto tiene una muy larga historia en su haber.

El origen etimológico se remonta al verbo latino colere, cuya traducción literal es labrar el campo. De allí que cultura se relacione con el cultivo del alma o bien derivada en el adjetivo culto, vinculado en su acepción religiosa con adoración. Por otra parte, colere es una traducción del griego paideia –παιδεια– vocablo madre de pedagogía y que en alemán se traduce como bildung, en español: formación.

La paideia  griega era la formación que debía suministrarse a los hombres jóvenes para poder cumplimentar sus deberes cívicos en forma correcta. De esta manera, la cultura se definiría como la formación de criterios para discernir entre el bien y el mal, lo lindo y lo feo, lo divertido y lo aburrido, etcétera. De ningún modo está encarnada en una cosa, se trata de una facultad del hombre. En la tradición helénica, incluía conocimientos de gimnasia, matemáticas, poesía, retórica y filosofía que debían dotar al individuo de control sobre sus expresiones y de conocimiento de sí mismo.

El significado de idiota difiere del uso coloquial, se define como aquel a quien le es imposible comunicarse con otros. La comunicación, por su parte, etimológicamente supone poner en común. En sus inicios, estaba unida a comunión, por lo que siempre implica a otro con quien se establece una unión, una relación.

Superado el derrotero conceptual-etimológico, lo que denomino cultura de los idiotas se trata de la facultad de aquellas personas incapaces de discernir, casi como una superación de la cultura de masas. La multitud, la muchedumbre, siguiendo la definición clásica de Le Bon, es una agrupación en la que los individuos pierden su cualidad de tales para subsumirse en un todo indiferenciado que vive un retroceso a un estadio salvaje y realiza acciones que sería incapaz de llevar a cabo por su cuenta. También, dice el psicólogo francés, es una característica de las mujeres y los niños. Misoginia aparte, la masa que pierde la razón ha encontrado su síntesis en la individualidad idiota, donde gracias a la extensión de las formas de comunicación virtual prescinde de la presencia física de los otros.

Postular que la incapacidad de discernir es una facultad suena a falacia y el sentido común podría definirlo como una carencia de cultura o bien una in-cultura. Sin embargo, se puede pensar en el origen de cualquier comunicación como una falla: comunico porque no puedo hacerlo de otro modo, en tanto mi interlocutor desconoce algo que yo tengo para decir. Así, el idiota incapaz de comunicar se limita a reproducir, en tanto no puede formular sus propias ideas. Hiperbólicamente mediatizado, el individuo perdió su unicidad, abandonó su diferencia subsumido en una identidad de raíces liberales con su ethos.

¿Alcanzaremos a experimentar una sociedad de idiotas? ¿Ese será el nuevo sujeto de la historia? Caída la ilusión de la revolución del proletariado, la atomización social es más y más evidente. La actualidad argentina nos conmina a repensar si las teorías de la manipulación estaban tan equivocadas. La bochornosa ausencia de responsabilidad y ética de los medios de comunicación en respetar la veracidad de los hechos, aún cuando siempre se relatan desde una perspectiva ideológica, es alarmante de ambos lados de la contienda. Discernir es una tarea titánica. Reflexionar, más difícil aún. Quizás este sea el momento histórico para que los profesionales de las ciencias humanas lleven el timón.

24 de agosto de 2010

Y los bondis no atropellaron más gente

Un día, por arte de magia, no hubo más accidentes de tránsito y los choferes de colectivos dejaron de ser los victimarios de los inocentes peatones porteños. Durante más de diez días, asistimos a una larga lista de muertes en la vía pública bajo los hierros de un Mercedez Benz de cuarenta asientos. Por obra y gracia del señor, ya no sucede más.

A partir del caso de la señora atropellada junto a sus dos hijos por un colectivo de la línea 15, los medios de comunicación –hasta los que antaño eran menos amarillistas—bombardearon sus respectivos soportes con imágenes de cadáveres y vacías unidades de transporte atravesadas en calles y avenidas. No estoy segura de si se llegó a señalar como responsable al gobierno, pero no se investigó sobre las causas. Con el caso testigo, se indicó que el 15 había cambiado su recorrido, aún así, nadie remarcó que modificar el trayecto no implica pasarle por encima a las personas. En la seguidilla, donde un 100 embistió a una mujer sobre Cerrito, pocos mencionaron que la joven utilizaba auriculares cuando cruzaba la calle, por lo que no oyó las señales sonoras de advertencia. En la misma jornada, otra mujer fue atropellada en la avenida Santa Fe por un 93. Así, la agenda se colmó con accidentes viales.

Ahora bien, las muertes por causas evitables (en la que los accidentes de tránsito son por lejos la primera categoría) ranquean terceras en las causas de deceso nacionales desde hace más de diez años, detrás de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. Este tercero del podio acusa veintidós muertes diarias a lo largo del año y no sólo por impericia de los conductores, sino también por negligencia de los peatones. En el Micro y Macrocentro, donde todos andamos atareados como hormigas, más allá de las motos que desafían no sólo leyes de tránsito sino que se atreven con las de la física, las personas cruzan calles y avenidas sin atender a semáforos ni líneas peatonales. Como me dijo un remisero ayer, acá somos todos tuercas y golpeándose el pecho en honor a Fangio los conductores avanzan a como dé lugar.

Hay un aforismo que dice: “Mejor perder un minuto en la vida, que en un minuto perder la vida”. El saber popular tiene mucha razón, no creo que haya una número importante de motivos válidos para cruzar en diagonal y corriendo avenida Córdoba o para pasar en anaranjado un semáforo en la Juan B. Justo. No obstante, más allá de la propia responsabilidad en la conducta vial, pongo énfasis en la responsabilidad social de los medios de comunicación en tratar seriamente un tema que estadísticamente es vital en nuestro país y en actuar su rol de formadores de conciencia y contribuir a disminuir las conductas peligrosas en lo que al habitar la ciudad se refiere. ¿Cuántos años hace que existe la campaña de Luchemos por la vida? ¿Recién hace quince días (y en época de vacaciones, claro) nos percatamos de lo mal que se transita? Excepto por un informe de Telefé Noticias, no vi ni leí ni escuché un trabajo serio sobre el tema. Se acusó a los choferes de colectivos, se exigieron mejores condiciones laborales, pero no se insistió en educar y respetar. El tema, ahora que hay nuevas cuestiones en la agenda, pereció en lo anecdótico, tal como quedarán los casos que fueron bandera cuando no había otra cosa de qué hablar.

Eso sí… ¡Argentinos, quédense tranquilos, ya se puede volver a salir a la calle! ¡No hay más accidentes de tránsito ni derrumbes! Ah, pero ojo con las salideras que hoy asaltaron al contador de Cubero. 

22 de agosto de 2010

De territorios y códigos

El disparador de hoy tiene apenas unas horas de sucedido, a la salida de la cancha de River, tras ganarle muy justamente a Independiente por tres goles a dos. El resultado es vital, pero anecdótico a los fines de este texto porque la reflexión comienza en el final, mientras cruzábamos el puente Labruna.

Fui con mi hermano, cuñada (embarazada de seis meses) y dos de mis sobrinos. En el cruce, teníamos que saltar hacia el sector peatonal para enganchar la rampa hacia la Lugones. Mientras intentábamos hacerlo, un joven barra miró a mi hermano y, tras notar el bebé de año y medio y la embarazada, le indicó que lo siga. Un amontonamiento de gente en espera para bajar hizo que pensara que sería una odisea llegar hasta el improvisado estacionamiento. Sin embargo, un gesto del barra y varios hombres de barrigas rebosantes de hombría se encargaron de levantar cochecito, embarazada, niño y abrir el camino delante nuestro para que bajáramos cual tobogán. La cancha, elemento del folklore nacional, es un lugar del sentido con entidad propia: un código.

Aquellos que hayan cursado Alabarces y pasen por aquí, revivirán al leer estas líneas aquellas estudiadas antaño en el libro Hinchadas. Las panzas, el aguante, la exaltación de la masculinidad y los códigos. Mi experiencia futbolera no se extiende más allá de la platea, cantitos contagiados desde la popular, comentarios ad hoc fraternizando con otros hinchas y la vivencia familiar de abrazos de gol. Sin embargo, estos paseos también despiertan a la comunicóloga que hay en mí e invitan a la reflexión.

A la vuelta, se me ocurrió preguntar: ¿Y si llevo un redoblante, me dejan pasar? Claro que no, socia plateísta, no puedo reclamar un lujo de los dueños de ese territorio en disputa: los barrabravas. Así como ellos, cual patriarcas bíblicos, son capaces de abrir paso en un puente atestado de personas, también determinan conductas y se arrogan derechos. Las fuerzas de la ley se limitan a poner un límite al área de su reinado, la intervención no es más que letra muerta. Un estado de excepción, a la Agamben, donde la excepción es la regla y un coro de prepotentes son reyes por una hora y media.

El River de mis amores ganó, no obstante, para poder disfrutarlo en vivo y en directo tuvimos que dar un rodeo de quince cuadras (de ida, más otras quince de vuelta) a fin de canjear las entradas en un lugar que quedaba a nada más que tres cuadras de donde estábamos parados y estuvimos de rehenes más de media hora para abandonar el estadio mientras se desconcentraban los visitantes para que no se crucen las hinchadas. Todo parte de un código actitudinal que por desidia o inoperancia deviene en indescifrable para las autoridades y que es una amenaza siempre latente sobre una pasión nacional.

31 de julio de 2010

Una camperita negra

Ayer, fui a ver al Tabarís la obra Amor, dolor y qué me pongo. Cinco mujeres encarnan por turnos distintos personajes que relatan temas comunes a la vida de todas nosotras que tienen como disparador prendas de vestir. Vestidos, corpiños, botas y el caos del interior de una cartera son la columna vertebral de una obra teatral que representa a mujeres de todas las edades. Me identifiqué con varias de las muchas historias. Sin embargo, cuando me fui, le encontré sentido a una propia.

Yo tenía una camperita negra. Era de plush, con cierre metalizado plateado, un cuello deforme de fábrica y mangas demasiado largas que me veía obligada a doblar. Larga hasta unos centímetros por encima de la cadera, me la regaló mi mamá cuando tenía trece años. La compró en un local llamado Coliseum, sobre Lavalle entre Florida y Maipú. Era un negocio para mujeres, no para niñitas despertando en la adolescencia, como éramos nosotras quince años atrás. Recién empezaba a ir a bailar, por lo que el interés en verme linda también despertaba en esa edad bisagra. El plush era un material de moda, así que picaba en punta dentro de la popularidad adolescente. Tenía otras prendas de esa tela, como una polera de manga corta en un color oro viejo, pero ninguna fue tan importante como ella.

Era multipropósito, otra que un básico, para mí la forma última del comodín. La paseé por cumpleaños de quince, boliches, tardes de sábado en la plaza, noches muy frías como para dormir vestida, egresó conmigo en Bariloche y fue infaltable en la valija para los diversos puntos de la Costa Atlántica. También fue conmigo a mi primer trabajo y seguramente me guardó del frío en el último. De unos años atrás a esta parte, atestigüé cómo mirándola a trasluz podían verse espacios de tela gastada, casi transparente, que a mi criterio se disimulaban cuando la tenía puesta. Tenía agujeros de puchos insolentes de algún bar, zurcidos apropiadamente para garantizarle un tiempo más de actividad. Tenía mi camperita negra incluso el día de mi primera vez. Si necesitara alguien que contase por mí lo que ha sido mi adolescencia, la dotaría de voz para que les recordara los detalles de mi vida.

A comienzos de este año, emprendí mi Primer Gran Viaje. Por primera vez, mi camperita negra no fue la pieza infaltable en mi valija. Cuando regresé, con maletas a punto de explotar, entre tanto shopping primermundista, había encontrado en un perchero de liquidación la que sería su reemplazo. Negra, de algodón y con cierre metálico plateado. Dado lo finito del espacio físico de mi placard, la única opción fue hacer limpieza. Y entre muchas otras cosas, la jubilé.

Nunca me detuve a pensar en por qué le asigné el retiro a mi compañera de aventuras hasta ayer. Hace poco, determiné que este 2010 ha sido el mejor año que recuerdo. El primero en el que me siento feliz sin razón, el que me di la libertad para ser, en el que me reconocí en mis virtudes y defectos, en el que me sentí responsable de mí. Y en el que le dije adiós a mi camperita negra que acarreaba tanto pasado, de la que me ufanaba de sus quince años de antigüedad.

La ropa no trata sólo de una cuestión de moda o estética. Ha sido por siglos un espacio femenino de expresión y de rebelión. Tampoco un simple ítem para resguardo del clima, sino un cobijo de inseguridades y un placard puede funcionar como un baúl de autoestima. La vestimenta, como en la obra, cuenta nuestra propia historia.

28 de julio de 2010

MEME: Mi primer mes ante un equipo de cómputo



Tengo un vago recuerdo de que en el jardín de infantes, en la sala de preescolar, teníamos computación. Mi holgazana memoria no me permite recordar más que eso del primer encuentro con un equipo de cómputo. Más adelante, en la escuela primaria, llegó tempranamente la tecnología a mi hogar y la pantalla blanco y negro del DOS me invitaba a investigar. Aunque uno puede cambiar muchas cosas, no hay chances de escaparse de su esencia y mi actividad principal era escribir en el Works. No había que hacerse mucha historia con cambiar la fuente, justificar márgenes ni pensar en el interlineado. Muy básico –como las historias que yo escribía– y aggionardo a las rústicas impresoras de puntos que había en ese entonces. También me fascinaba un programa llamado Banner, para hacer pancartas que se imprimían en los formularios continuos que de blanco trastocaban a amarillo viejo en pocas semanas, porque en esa época no usábamos resmas A4 de 80g. Al mismo tiempo, intentaba comprender los misterios del Prince of Persia y, cuando claudicaba, jugaba a la Viborita que tantos años después fue la delicia de los teléfonos celulares Nokia. Lotus 123 nunca fue mi amigo y, para qué mentir, jamás me atrajeron las “cosas con números”. Era todo un desafío aprenderse los comandos del SO reinante, las extensiones de los archivos y cerrar la boca al encender nuevamente el ordenador y encontrar allí los documentos creados, guardados en los misteriosos componentes del CPU. Y ni hablar de los discos de 5 ¼, maravilla moderna en la que cabían modestos 160kb.

¡Qué locura! Parecen tiempos remotos y sacados de un cuento fantástico, pero así crecimos los de mi generación, constantemente boquiabiertos e incorporando nuevas locuras tecnológicas a 28kbps.


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Ahora siguen:
http://unlugarparaeldownloadmental.blogspot.com

Este post viene a partir del siguiente link:

Estamos creando una trama de enlaces (MEME) para aumentar links y visitas a tu web, conectarte con nuevos amigos y variar un poco lo de todos los días.
Publica el tema "Mi primer mes ante un equipo de cómputo", cuando empezaste.
Cómo era, que hacías, cómo y dónde te la pasabas allí. (De 15 a 30 líneas)
Al final del post invitas y avisas a tres blogs amigos o más a hacer lo mismo.
Luego comentas en el post del blog original y en el que te invitó, que has invitado a tres amigos e incluyes su enlace.
Ellos deberán hacer un post según lo indicado hasta aquí.
Aunque no estés invitado puedes participar haciendo fielmente lo anterior.
El post se irá actualizando conforme lleguen los avisos. Agradezcamos con un comentario en su blog a todos los que participen directamente en nuestra web. Gracias anticipadas a todos y todas. Sus preguntas serán bienvenidas.
El evento tendrá un límite de 200 blogs o el 8 de septiembre, lo que se cumpla primero. Esto puede variar según los resultados.
El listado final estará disponible en Yahoo, facebook, twitwall, slideshare y más lugares que iremos agregando también, con enlaces válidos para buscadores.
Agradeceremos la cobertura que puedan darle a esta actividad por twitter y facebook. Mucho éxito, amigos.
Copia tal cual este mensaje precisamente después de tu respuesta personal desde "Estamos creando..." y HASTA AQUÍ.



21 de julio de 2010

Técnicas de estudio

Cuando estaba en primero año del viejo secundario, teníamos una materia que se llamaba estudio dirigido en la que nos enseñarían cómo abordar los textos de la compleja escuela media de ese entonces. Había una técnica que se llamaba PPP o SSS o ASDFSFDA, mediante la que cuando leíamos algún artículo había que seguir tres pasos: subrayar, resumir y sintetizar el concepto de cada párrafo en una palabra u oración breve. Leíamos material de las materias curriculares para practicar, ensayo y error, y nada más. Sin lugar a dudas, ha de ser útil a la hora del estudio, ya que obliga a leer un mínimo de tres veces cada párrafo. Tampoco se puede cuestionar que como universitaria, me ha resultado prácticamente imposible.

Con el correr del tiempo y la experiencia académica, cada vez aplico menos esos principios aprendidos tanta escolarización atrás. En la secundaria, carecía de estrategia alguna ya que no estudiaba. Con prestar atención en clase y completar las guías de preguntas alcanzaba. Durante el CBC, me asustó tanto el volumen de las materias que, a pesar de trabajar a tiempo completo, leía para cada clase, resumía y combinaba los artículos con mis apuntes, los tipeaba en la compu y, al llegar el momento de rendir, simplemente con repasar todo lo que había trabajado estaba lista para aprobar.

Podría afirmar sin dudas que mis técnicas en lugar de mejorar, involucionaron con los años en un modo abrumador. Ya dentro de la carrera, todavía resumía los textos y hacía anotaciones al margen y, al principio, hasta leía los textos antes de cada lección. Una alumna aplicada. En la medida que pasó el tiempo, el primer hábito abandonado fue la lectura previa. Falta de ganas, cansancio, otras prioridades (salir con amigos era la primera en la lista) y la comprobación paulatina de que con menos esfuerzo podía más o menos igual, tacharon ese ítem de la lista pre-parcial.
El conocido de todos los pasillos “resumen aparte” fue reemplazado por algunas anotaciones anárquicas y sumamente desprolijas en hojas de cuaderno. Oraciones sueltas, algún que otro diagrama hecho a las apuradas y ya. Un nuevo examen aprobado, táctica exitosa, como dice el dicho: “If it ain’t broken, don’t fix it”. Un paso más y a los parciales jamás llegaba con todo leído. He pasado algunos incluso leyendo únicamente las anotaciones de clase.

Recuerdo claramente los primeros parciales de Comunicación I y Comunicación II. En la primera, no estaba decidida a presentarme hasta que me bajé del 112, entré al aula, me senté y abrí mi cuaderno para repasar. Semanas después, recibí un hermoso siete. En la segunda, el día anterior me habían confirmado para un trabajo, por lo que fui a rendir sin haber tocado ni un papel. En esta ocasión fue un cinco que valió como un diez. Claro que debería haber empezado a estudiar antes, pero como estaba sin laburo, mi motivación no era la mejor en ese entonces.

En serio, aprobé parciales universitarios simplemente yendo a algunas clases (con el correr del tiempo y la abulia in crescendo, me hice habitué de asistir poco a la facultad), con prestar un poco de atención, reformular viejos conceptos y, quizás, la sedimentación de aquellos primeros años de mucho estudio pude pasar materias sin merecerlo.

Una historia distinta son los finales obligatorios que tanto abundan en Comunicación. Que conste que jamás me fui a final en una materia promocionable. Siempre les tuve terror, no me gusta hablar en público y la situación de evaluación me resulta estresante. Lo más divertido era (y aún lo es en la actualidad) abrir los apuntes y ver la cantidad de textos sin leer. Abrumadora. Esto suele suceder dos semanas antes del examen. Durante dos días, leo algunas cosas, subrayo, hago anotaciones al margen y busco resúmenes en internet. Cuando me aburro, vuelvo a mi vida habitual hasta que quedan dos o tres días y empiezo a leer en diagonal. ¿Qué es leer en diagonal? Es como seguir palabras sueltas en los párrafos, saltearse algunos, mirar si al final del capítulo hay una conclusión salvadora y terminar un libro de 300 páginas en tres horas. Así leí Hinchadas que, por suerte y azar, no me tomaron.

Otro hábito común es empezar un texto, leer hasta las notas al pie y tras media hora, empezar a contar cuántas páginas quedan hasta que termine. El truco está en leer la numeración del apunte y no la del libro, ya que suele ser la mitad. También se puede aprovechar el subrayado original, a veces muy poco visible, adivinando qué quiso remarcar el estudioso anterior. El final de juego es la lotería de qué textos leo y qué dejo afuera. Es altamente improbable que alcance a leer todo, dado el escaso tiempo con el que cuento por propio desgano. La perla de todas mis técnicas es que casi siempre me gustan más las materias cuando las tengo que preparar para final, en especial, si hay que articular todo el contenido en un tema. Una de mis materias favoritas fue el seminario de informática y sociedad. “Estudié” absolutamente todo, pero me parecía que no tenía nada en firme. Por lo tanto, armé lo que fue el mejor tema de toda la historia de la carrera, tomando los conceptos principales de cada unidad y generando una serie de interrogantes interesantes que me atraparon tanto que, tras haber recibido el diez del profesor, le pedí seguir conversando y por poco nos hacemos amigos.

Mi mayor problema suele ser, aparte de la vagancia, que me distraigo fácilmente. No puedo estudiar con música, me pongo a cantar, paso los temas que no me gustan, cambio de banda más rápido que lo que paso la hoja. La televisión, en cambio, me es totalmente indiferente. Como no suelo mirar mucha tele, me sirve de ruido de fondo. Entre medio, me acuerdo de todas las cosas que normalmente olvido, me dan ganas de revisar mails, leer el diario, preparar el mate, comer ensalada de frutas, cambiar de posición cincuenta veces en una hora, tengo frío, tengo calor, me da sueño, quiero bañarme. Eso sí, nunca me visto. Como la situación es tan desgraciada, me quedo en pijama durante lo que dure la preparación del examen.

Y entonces, llega el día E. Me levanto más temprano de lo habitual, agarro el cuaderno de los garabatos, la hoja donde esbocé mi presentación en las fatídicas horas previas a levantarme, me visto con lo que encuentro y parto al encuentro de un atiborrado 112 en la estación. Mi cábala es dormir durante el viaje, comprar bizcochitos de grasa Don Satur en el quiosco del segundo piso, un agua saborizada y esperar. Si la cosa viene lenta, agarro mis notas, me percato de que no sé absolutamente nada y me resigno hasta que faltando pocos números para mi turno, sufro un colapso nervioso y me autoflagelo con el silicio, preguntándome por qué no estudié más, por qué esperé hasta último momento para agarrar los apuntes, por qué soy tan vaga, cómo se me ocurre que puedo presentarme con tan poca preparación hasta que llego al punto de “ya fue, me relajo y gozo”, alguien grita mi apellido y tras un rato de ping-pong violento, puedo salir del aula victoriosa con mi libreta destruida por la lluvia, pero bañada con el bronce de una nueva materia aprobada.

Y hasta el día de hoy, vengo condenada al éxito. Qué se le va a hacer.

15 de julio de 2010

La curiosa apología para la no adopción en el cine norteamericano

Aclaro antes de comenzar: no es un análisis serio. Simplemente, me causó… digamos “gracia” ver algunas películas protagonizadas por niños malignos.

No digo que los empresarios cinematográficos estén imbuidos de un espíritu anti-adopción (¿O si????) comandados por la fuerza oscurantista de unos religiosos fanáticos de la familia natural (¿O si??????) quienes ambicionan crear una imagen diabólica de los niños huérfanos (¿O si??????????), pero que las últimas películas que vi de terror en las que el conflicto se presentaba por un niño poseído es enteramente cierto (¿O si?????? Perdón. ¿O noooooo????????).

Los films en cuestión son Orphan (2009), Case 39 (2009) y Silent Hill (2006). En la tres, tenemos niños con serios problemas de maldad y pobres familias que sucumben a esa semilla del mal y padecen terribles consecuencias por dar un hogar a los pequeños, aunque en Case 39, la víctima es la trabajadora social que acoge a la niña en cuestión quien, casualmente, es la protagonista de Silent Hill. En orden de ser justa, la nena de Orphan [SPOILER] no comparte una característica con las demás (que en realidad es una, porque es la misma actriz), pero sí es adoptada. Por otro lado, Silent Hill está basada en un videojuego, por lo tanto, podría afirmar que la conspiración es aún mayor y se filtra por distintas industrias de entretenimiento masivo.

En general, son personas felices y plenas hasta que llegan estas bastardas y les arruinan su cuadro de realización personal y profesional. Claro está, si no fuera porque existe un conflicto, no habría historia. Sin embargo, ¿por qué son todos adoptados? ¿Acaso las agencias de adopción no hacen bien su trabajo? ¿Se trata de una crítica corporativa al entrenamiento deficiente de los trabajadores sociales? ¿El problema de fondo es una desdén hacia los psicólogos que crean perfiles de personalidad? ¡Cuántos interrogantes! Y lo mejor de todo es que ninguno es relevante.

8 de julio de 2010

Atrasismo -

Hoy, llegó a mis ojos un artículo de Marcos Aguinis publicado en La Nación donde describe el atrasismo, que vendría a ser según su opinión un hermano bobo y antagonista del progresismo. Un amor de las corrientes de la izquierda por mantenerse en un estado anterior, donde no se genera riqueza y, con afán distribucionista, sólo se reparte escasez. La elección del nombre de esta tendencia, en una época liderada por el avance tecnológico irrestricto, donde cada adquisición conlleva un placer efímero que se reemplaza por la angustia en la persecución de un nuevo bien que reemplace al anterior, no es casual. Encierra un deseo de rechazo de cualquier paradigma diferente, de las opciones contrarias a esa idea de progreso indefinido tan característica del positivismo y del ¡siglo anterior! En síntesis, como dijo Peirce, el signo sólo ilumina una parte del objeto. 

Me parece que lo que atrasa es más el debate anacrónico entre izquierda y derecha que la opción que toman países como Venezuela, Bolivia o Cuba respecto al sistema mundial. En su artículo, Aguinis critica el gasto armamentista de Gaza como excesivo y en detrimento de su población, no obstante, no hay mención al astronómico gasto en el mismo ítem de Estados Unidos. Ciertamente, el PIB de uno y otro no tiene punto de comparación, sin embargo, en mi visita a la cuna del capitalismo conocí el testimonio de muchas personas que, con la crisis, se vieron obligadas a abandonar sus casas (¡llevándose consigo sólo lo puesto!) y ni siquiera podían atenderse en un hospital. ¿Cuán obsceno es eso? Y qué injusticia, tantos estímulos para consumir a través de la adquisición de deuda para luego despojarlos absolutamente de todo en tan sólo veinticuatro horas. Un modelo de país que vuelve a sus ciudadanos constantemente al punto de partida.

En el editorial de Aguinis, uno de los comentarios reproducía la mirada de una mujer belga en la que el foco estaba en que a los argentinos nos gusta “ser pobres y no progresar”. Decía y cito: “Si la pobreza se supera,  ¿en qué quedarán estos discursos y como harán los que han entregado su vida a esos discursos para hacer el duelo? Aman más su visión injusta de la vida y odian más a los supuestos beneficiados por esa injusticia”. Al mismo tiempo, otros comentaristas remarcaban el igualar hacia abajo de las izquierdas.

Me atrevo a discrepar. Sin lugar a dudas, en mi apreciación del tema hay una influencia importante de mi educación laica y gratuita adquirida en Sociales de la UBA, donde aprendimos a mirar con ojo crítico cualquier cosa que viniera del lado conservador y ser un poco más indulgentes y empáticos con los pobres. Incluso discuto conmigo misma el uso de la palabra indulgencia. Quizás se trate más de abogar por quienes menos tienen y sea un llamado a tomar conciencia de la responsabilidad sobre el otro, el espíritu comunitario que la configuración actual del mundo aplasta.

Lo hegemónico, el mandato, se traduce en algo completamente atrasista como señalé al comienzo: el ideal de progreso por el propio esfuerzo y el fracaso con un único responsable: uno mismo. El individualismo domina las motivaciones. La competencia. Y, en toda competencia, hay ganadores y perdedores. ¿Por qué no se puede representar y sostener la identidad de todos los seres humanos y la necesidad de que todos alcancen una vida satisfactoria? ¿Por qué si no se estimula la competencia directamente se pasa al terreno del atraso? ¿Desear equidad en la repartija de la riqueza del planeta que habitamos es anticuado? ¿Se ha probado la teoría de los conjuntos como inexacta?

En mi mente hay dos pensamientos que son básicos. El primero, nadie pidió nacer, pero acá estamos, somos una extensión del ego paterno para perpetuar su linaje en esta tierra y como humanos debemos vivir nuestra vida con plenitud. El segundo, para que –por citar un ejemplo al azar– César Milstein pudiera dedicarse a descubrir los anticuerpos monoclonales, otras personas tuvieron que encomendar su vida a construir casas para que no se preocupe por un techo sobre su cabeza, cultivaron papas para que sean la guarnición de su cena, quemaron neuronas junto a una lata de Poxirrán así no ocupaba su mente en pensar cómo pegaría la suela de sus zapatos. Es decir, un trabajo colectivo provocó las condiciones para que él, más allá de su cerebro privilegiado, pudiera ocupase de hacer un descubrimiento importantísimo que, a su vez, libró espacio en otras mentes para, por ejemplo, crear Facebook.

Somos y seremos lo que nuestra comunidad se esfuerce por brindar las condiciones de posibilidad para que desarrollemos todas nuestras capacidades. Todos. Ya no se trata de debatir entre la izquierda y la derecha, doctrinas tan anquilosadas en la ideología que no es más que hablar de lo mismo. Es momento de cambiar el eje de la discusión y, por supuesto, de la vida.

16 de junio de 2010

La crisis del culebrón

Primero fueron las tragedias griegas, luego los folletines del siglo XIX, radioteatros en los albores del 1900  y, a mediados de siglo, la trasposición de género y soporte se completó con el audiovisual que damos en llamar “culebrón” que parecía ser la síntesis última de todos sus predecesores.

Quizás alguien pueda hacerse el distraído y preguntar con aires de indiferencia de qué estoy hablando. Sin embargo, desde el norte hasta el sur de nuestro continente, hasta el macho más cabrío alguna vez miró alguno de estos productos televisivos. Ya sea Piel de naranja, del célebre Migré; Estrellita mía protagonizada por los susurros de Andrea del Boca; alguna de las de Grecia Colmenares y Gustavo Bermúdez de las que no me viene a la mente ningún nombre más acá en los ’90, la foránea Cristal o bien alguna más contemporánea como Resistiré o la del año pasado con festival de galancetes lindos que daban en el 13. Incluso allá en Estados Unidos durante muchos años transmitieron Dinastía, Days of our lives o General Hospital, donde llegó a actuar un joven y buenmozo Ricky Martin.

Apenas estrenando la segunda década del siglo XXI, atestiguamos la agonía de la novela que, si bien desaparece en su forma conocida, es reemplazada por dos hermanas bastardas. Pausa de suspenso y movimiento bilateral de cabeza: no, no son los realities. Más silencio. Redoblantes de la murga de la esquina. Chupada de mate y vamos que sale: son las historias de la farándula local y el fenómeno de la cobardía facebookiana. Sí, bien distintas de la oficial. No menos superfluas ni ficcionales. Más groseras, total certeza al respecto.

Quizás la gran novela de este año, que ha alcanzado total madurez tras algunos años en el aire, sea la protagonizada por todos los famosos de cabotaje que nacen del programa de Tinelli, con algunas estrellas satelitales que se prenden como bola del árbol de navidad, al estilo Guido Suller (cuando no tiene un hijo falso, fue novio de Ricardo Fort, válgame Dios). No sólo provocó un giro de tuerca en la trama, sino que se reproduce a toda hora, siete días a la semana, en los más variados formatos. Como buena representante de su estilo, cada semana tiene su tema particular. En esta, es el menage a trois incompleto de Alé, Escudero y Alfano. Las historias son circulares, redundantes, reincidentes. Parece que estuviéramos presenciando siempre los mismos capítulos, como con las repeticiones de Seinfeld, pero de un nivel mucho menor. Ah, y todos con todos y contra todos. Nada es definitivo en esta serie de eventos desafortunados. ¡Qué excitante ver cómo son amigos del alma una semana y enemigos acérrimos a la próxima! La mejor parte es la pretensión de verdad, vender por verosímil esas peleas concertadas y el público que lo compra con pautas publicitarias millonarias por minuto. Sí, el éxito de la televisión argentina no es esto, ¿el éxito dónde está?

La hermana menor, la pueril, nacida hace tan poco pero que parece hace tanto gracias a la velocidad del cambio tecnológico. Con total afirmación del slogan publicitario We are chusmas, la novela Facebook toma color y calor (aunque sus usuarios quieran que se asemeje a una historia de Agatha Christie). Aunque le cuesta tener continuidad y los diálogos entre personajes son entrecortados, puede reconstruirse un culebrón sin demasiado esfuerzo. Podríamos decir que esta descendiente se acerca más a lo real, pero lo cierto es que no se trata más que de otra puesta en escena. Quizás atestiguamos un retroceso a aquellos tiempos de novelas por entregas, ya que el soporte audiovisual no es muy consistente. Críptica, se desarrolla a través de los famosos lo que pensás en este momento, donde seres con nombre y apellido envían indirectas-directas –triste oxímoro primo hermano de la cobardía- hacia otros contactos de su red, a veces de inventiva propia, otras robadas de canciones, poemas, frases célebres, fragmentos de libros, etcétera, y que consumimos con avidez tan sólo para el placer de la vieja metida que vive en el fondo de nuestro corazoncito modernoso, ubicada según los principios del feng-shui.

Así, somos testigos de corazones rotos (el tópico más común de toda la historia de la expresión humana), disputas entre amigos, decepciones y similares. Se alimenta del voyerismo y la pulsión inútil de conocer nimiedades que existe dentro de todos nosotros. Se complementa con álbumes de fotos, videos de You Tube con canciones tristes y se completa con la astucia del espectador. En este sentido, es probable que ahora sí estemos con la síntesis última del drama y la mejor alternativa a cualquier producción artística. O bien, ante lo que preconizaba Julio Cortázar: el lector activo, aquel que con su acción sobre el texto completa el sentido de la historia. No obstante, no dejo de creer que la mayor parte de todo lo producido en la más activa red social de la historia es parte de una orquestación y, en cierta cantidad de casos, una falta de coraje.

Existen filósofos que afirman que nada es intrínsecamente bueno o malo, sino que depende del uso su valorización en alguna de estas categorías morales. Como la energía nuclear, por dar un ejemplo bien alejado de lo que estoy hablando. Próximamente, ahondaré sobre mi sentencia de actos cobardes a los estados de Facebook que viene caminando de la mano y a los saltos con la virtualización de la vida. Como punto de partida, desde Internet hasta Tinelli no paro y espero que este blog me lleve al estrellato, así cuento mis intimidades más fantasiosas a la cara hípergesticulante de la Canosa en canal 9.

En fin, menos mal que Migré está retirado en el cielo de las telenovelas o si no sería uno más en el triste terruño de los desocupados.

14 de junio de 2010

Yo tengo un blog, ¿qué me regalan hoy?

Hoy, 14 de junio de 2010, es el día del blogger. También se conmemora el natalicio del Che, pero me parece que ya no está tan de moda la revolución de jipis desgreñados y sacudir en lo alto nuestras almas. En el presente, escribimos. Para ser más exactos, publicamos en Internet. Si Gutenberg hubiera sabido que 560 años después no haría falta un aparatejo tan imponente como la imprenta de tipos móviles para difundir la palabra, ni se hubiera molestado para evitarle semejante malestar a la ecología y al tránsito modernos, con resultados tan perniciosos como las papeleras de Fray Bentos.

¿El Che hubiera sido un guerrero digital? ¿Los entrerrianos se hubieran reunido en el puente a tomar mate y pescar dorados mientras saludan alegres a los turistas a ambos lados del Paraná? ¿Se democratizó la comunicación gracias a la blogósfera?

A simple vista, lo que abunda en la red de redes es mucha repetición de rebeldías aburguesadas. Mujeres que se quejan de los hombres y dicen guarradas, madres que en un movimiento dialéctico despotrican/elogian su propia condición que las deviene en autoras, mucho humor sarcástico, juegos de palabras, look de celebrities, oficinistas descontentos, diarios íntimos masificados y el mundo que parece estar al alcance de la mano.

Sin embargo, no es menor tomar nota de que ante esta aparente ola de igualdad y difusión del derecho a comunicar, la penetración hogareña de Internet a nivel mundial no alcanza el 30%. En el contexto de América del Sur y Caribe, apenas supera el 35%. Argentina, Chile y Colombia encabezan la región con un 50% del total de hogares con Internet. Es decir, en nuestro país, la mitad se queda afuera. Media nación no puede contar lo mucho que le gustó el look de Victoria Vanucci en lo de Tinelli ni tampoco que el almuerzo de hoy fue un guiso aguado.

Comunicar, a medio siglo de la invención de la imprenta, continúa como un privilegio. Si bien no hace falta un editor que se la juegue o una inversión propia para darle arranque a un proyecto literario, la compu y el acceso deficiente y de mentirosos tres megas de Fibertel son una ventaja.
Así que, en esta fecha tan emotiva, ¡brindo por muchos más blogs irrelevantes que consoliden el derecho humano a decir cualquier barrabasada que se cruce por la mente!

13 de junio de 2010

Titulares

Siempre me llaman la atención –eufeumismo para expresar indignación– los titulares periodísticos del tipo: “Asesinaron a un ingeniero en la puerta de su casa” o “Secuestraron a un neurocirujano en San Isidro”. Poseo la convicción sistémica de que el hombre es lo que el hombre hace y quizás resulte algo contradictorio oponerse a ese editorialismo amarillo clarito, sin embargo, esos titulares no tienen a bien decirme si el ingeniero coleccionaba picos de patitos bebés o si el neurocirujano ocultaba así su afán de convertirse en zombi come cerebros.

Al mismo tiempo, me hace pensar qué profesiones son dignas de generar expresiones arreboladas y odio de clase y cuáles no. Un ingeniero es importante porque se ingenia para ganarle a la naturaleza y hace puentes colgantes sobre ríos correntosos, evita que mi BMW se llene de polvo asfaltando kilómetros y kilómetros de carreteras y hace edificios comfortables con una pileta climatizada en la terraza. Por otro lado, un comunicólogo (además de que esa palabra no tiene un sonido melodioso y mucho menos imponente), ¿qué hace? Comunica, una capacidad compartida por todos los seres humanos. De hecho, invita a pensar qué uso se le dan a los impuestos tan bien pagados cuando se financia una carrera como esa. Lo afirmó Bateson hace tiempo: todo comunica, comunicamos hasta cuando no queremos y esa sentencia es nuestra maldición. En adición, los muestrarios mediáticos actuales de profesionales de la materia no son una buena publicidad. Presentadores de noticieros que no saben qué artículo corresponde a cada palabra como Bonelli, Jesica Cirio al frente de Impacto 8, el maniqueísmo K-anti K hace que más que valorados, seamos dignos candidatos a la mira de secuestradores, ladrones y chorros. A menos que podamos probar que el ataque sea a la libertad de expresión, claro está. La única forma de que hoy se rasguen vestiduras populares, en la era de la hiperincomunicación, es la lesión de ese derecho.

La edición tendenciosa de titulares periodísticos no es nueva. Ya tiene varios años el legendario titular de Crónica que decía algo así como “Mueren dos personas y un boliviano”. Así que el hombre es tanto lo que hace como el lugar en el que nace. No quiero hacer proselitismo barato y decir que en los asentamientos mueren personas a diario, seres negados de futuro por un sistema económico perversamente enfermo de exclusión. Ni tampoco que los que no acaban convertidos en víctimas se transforman en los previsibles victimarios de ingenieros, empresarios, médicos, abogados, contadores. Todas esas personas que forman parte de ese maldito sustantivo colectivo que damos en llamar la gente. Los medios representan una sociedad polarizada: de un lado esos que hacen tanto bien con sus profesiones y los otros que no hacen más que destruir a los que transforman el mundo para bien. En el medio, la gente. La clase media trabajadora. Que no ingenia, no aboga, no cura; pero tampoco mata, roba ni secuestra. El espectador de su propio ethos, inmóvil en la mesa del café, reunido alrededor de la pava y el mate, comentando entre escritorio y escritorio el nuevo asesinato y el precio del dólar durante los tiempos muertos en la oficina.

¿A dónde quiero llegar? ¿Es este un llamado a la acción? Más que nada, es una invitación a una lectura distinta de lo que se representa en la pantalla. Examinar la función metacomunicativa, digamos. Mucho se ha escrito sobre este tema, pero nunca está de más unir la voz a este coro de insatisfechos. Aún tratándose de un blog irrelevante.

4 de junio de 2010

Volví a bloguear

¿Y a quién le importa?


La cuestión no está en las cosas que haya para decir, sino en cómo se dicen. Cuestión de forma, pericia gramatical, amplitud lexicológica y un uso interesante de la semántica. Ciertas personas consideran que mi pluma reúne todas estas características y me pareció importante no dejar que sufra el mismo destino que las del pollo, que terminan en la basura cohabitando con tristes vísceras.

Trataré, en esta novel experiencia blogueril, de ser más disciplinada y publicar con una regularidad prudente textos indisciplinados y, como promete el nombre del blog, nada relevantes pero sí entretenidos. Después de todo, ¿dónde sino en la rebelión improductiva está el sentido de la vida?