13 de junio de 2010

Titulares

Siempre me llaman la atención –eufeumismo para expresar indignación– los titulares periodísticos del tipo: “Asesinaron a un ingeniero en la puerta de su casa” o “Secuestraron a un neurocirujano en San Isidro”. Poseo la convicción sistémica de que el hombre es lo que el hombre hace y quizás resulte algo contradictorio oponerse a ese editorialismo amarillo clarito, sin embargo, esos titulares no tienen a bien decirme si el ingeniero coleccionaba picos de patitos bebés o si el neurocirujano ocultaba así su afán de convertirse en zombi come cerebros.

Al mismo tiempo, me hace pensar qué profesiones son dignas de generar expresiones arreboladas y odio de clase y cuáles no. Un ingeniero es importante porque se ingenia para ganarle a la naturaleza y hace puentes colgantes sobre ríos correntosos, evita que mi BMW se llene de polvo asfaltando kilómetros y kilómetros de carreteras y hace edificios comfortables con una pileta climatizada en la terraza. Por otro lado, un comunicólogo (además de que esa palabra no tiene un sonido melodioso y mucho menos imponente), ¿qué hace? Comunica, una capacidad compartida por todos los seres humanos. De hecho, invita a pensar qué uso se le dan a los impuestos tan bien pagados cuando se financia una carrera como esa. Lo afirmó Bateson hace tiempo: todo comunica, comunicamos hasta cuando no queremos y esa sentencia es nuestra maldición. En adición, los muestrarios mediáticos actuales de profesionales de la materia no son una buena publicidad. Presentadores de noticieros que no saben qué artículo corresponde a cada palabra como Bonelli, Jesica Cirio al frente de Impacto 8, el maniqueísmo K-anti K hace que más que valorados, seamos dignos candidatos a la mira de secuestradores, ladrones y chorros. A menos que podamos probar que el ataque sea a la libertad de expresión, claro está. La única forma de que hoy se rasguen vestiduras populares, en la era de la hiperincomunicación, es la lesión de ese derecho.

La edición tendenciosa de titulares periodísticos no es nueva. Ya tiene varios años el legendario titular de Crónica que decía algo así como “Mueren dos personas y un boliviano”. Así que el hombre es tanto lo que hace como el lugar en el que nace. No quiero hacer proselitismo barato y decir que en los asentamientos mueren personas a diario, seres negados de futuro por un sistema económico perversamente enfermo de exclusión. Ni tampoco que los que no acaban convertidos en víctimas se transforman en los previsibles victimarios de ingenieros, empresarios, médicos, abogados, contadores. Todas esas personas que forman parte de ese maldito sustantivo colectivo que damos en llamar la gente. Los medios representan una sociedad polarizada: de un lado esos que hacen tanto bien con sus profesiones y los otros que no hacen más que destruir a los que transforman el mundo para bien. En el medio, la gente. La clase media trabajadora. Que no ingenia, no aboga, no cura; pero tampoco mata, roba ni secuestra. El espectador de su propio ethos, inmóvil en la mesa del café, reunido alrededor de la pava y el mate, comentando entre escritorio y escritorio el nuevo asesinato y el precio del dólar durante los tiempos muertos en la oficina.

¿A dónde quiero llegar? ¿Es este un llamado a la acción? Más que nada, es una invitación a una lectura distinta de lo que se representa en la pantalla. Examinar la función metacomunicativa, digamos. Mucho se ha escrito sobre este tema, pero nunca está de más unir la voz a este coro de insatisfechos. Aún tratándose de un blog irrelevante.

2 comentarios:

  1. Lo que podria llamarse "adoctrinando a la clase media en la segunda lectura" tarea ardua si las hay.... pero vaya si vale la pena!

    La acompaño en la cruzada!

    Besos

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  2. ¡Tarea ardua, constante y tan ingrata como limpiar un baño! Pero hay que seguir, firmes, para dar sentido a nuestra futura ceguera producto de tanta tanta tanta lectura.

    ¡Besossss!

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Dicen que uno no se escapa ni de los cuernos ni de la muerte... resulta que de los comentarios nada relevantes, tampoco.