26 de mayo de 2011

Bondi

Toda la semana el cielo estuvo parcialmente nublado. El viernes a las 19 horas, retazos de cielo bien celeste se observaban desde el ajetreado centro porteño. Mientras caminaba por Florida en dirección a Retiro, le llamó la atención la estampida de personas que caminaban en todas direcciones por la peatonal, reducida por los puestos ubicados justo en el medio de la calle. Quería comprar unos sahumerios de vainilla y de sándalo que días atrás había olido por ahí, pero quizás posó su atención demasiado en los numerosos transeúntes y escapó de su visión el puesto del amable señor que no pudo venderle las fragancias por falta de cambio.

Paró en un kiosco a comprar un agua mineral y un atado de puchos. Se tentó con unas Mogul que dejó en su lugar cuando sonó la alerta de la dieta. Más adelante en su camino se arrepintió de no haber cedido al dulce capricho, así que se contentó con un viejo chicle que encontró en el fondo de la cartera. Cruzó la plaza San Martín por el costado de Florida. Siempre gozaba de bajar las altas escalinatas que dan a Libertador con aires de diva, sin embargo desistió por culpa de unos zapatos criminales. Aun así, se regocijó con las flores lilas y rojas que habían caído de los árboles y decoraban el verde pasto tras la lluvia del día anterior. “¡Qué lindo mi Buenos Aires!”, pensó mientras andaba para toparse con el desvencijado panorama de la estación de tren, decorada con altos andamios para realizar una lavada de cara al edificio.

Quiso experimentar un cambio en su rutina y, en lugar de ir a la parada del 45, decidió tomar el 75, de recorrido más largo y menos ameno: Retiro, Once, Pompeya, Lanús. Poco brillo tras abandonar la cosmopolita Cerrito. Pocos minutos de espera y se sentó en la última fila de asientos, al lado de la ventana para sentir el viento. A su lado, se sentó una mujer de dimensiones considerables con su bebé. Olfateó de inmediato la fragancia de varios (muchos) días sin aseo y lamentó no haber conseguido los sahumerios. Giró su rostro en dirección a la ventana en busca de aire fresco, justo cuando el bondi dobló en Tucumán. Y ahí comenzó el viaje.

Curiosidades del diseño urbanístico, el monumento a Lavalle está a una cuadra de la calle homónima. Se preguntó por qué nadie pensó en ese detalle e intercambió los nombres de las arterias o por qué no mudaron la plaza cien metros más al sur. Mientras divagaba, del batir de alas de una paloma flotó una imagen. Ahí, justo frente a la estatua, estuvo con él el día de la primera reconciliación, esperando el mismo bondi con el que viajaba hoy. Ahí, en la plaza, sobre Libertad, se habían besado apasionadamente y él le juró que nunca la abandonaría. Cómo duelen los recuerdos cuando pertenecen a lo que parece otra vida. La ciudad, esa que ella creía tan bella, le hablaba, le contaba historias truncas. Cuando llegó a Callao, pensó en las pocas cuadras que la separaban de Santa Fe, hacia un lado, y Corrientes, hacia el otro. Nunca supo por qué, pero la esquina Santa Fe y Callao guardaba infinitas copias de sí misma. Ahí se encontró con él y con él y con el otro él. Algún espíritu malévolo quizá condenaba cada romance a un final poco agradable. Y más allá, Corrientes y Callao y otra esquina que guardaba al más reciente. Ya no le quedan ganas de caminar por ahí hurgando los saldos de las librerías.

“Me roban canciones, me secuestran las esquinas”, sentenció en su mente. Su personalidad irrevocablemente nostálgica le impedía despegar los lugares de las personas, la música de las voces, los recuerdos del presente. Cerró los ojos y acometió el ensueño, después de todo, es lo único que nadie le pudo arrebatar. 

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Dicen que uno no se escapa ni de los cuernos ni de la muerte... resulta que de los comentarios nada relevantes, tampoco.