El caso de Candela Sol
Rodríguez movilizó a la sociedad entera. Sólo quien se pudo escudar en su
degradada humanidad para cometer un crimen aborrecible pudo salir indemne del
shock que provocó el asesinato de la nena de 11 años. Para el resto, se trata
de un caso tan turbio como conmovedor, entre las sospechas sobre la madre que
con tanta vehemencia pedía a los captores que le devolvieran a su hija y la
certeza de que la inocencia de la pequeña no significó protección alguna ante
quienes la mataron; ya sea que se trate en efecto de un ajuste de cuentas o de un
caso de trata de blancas que tomó suficiente notoriedad como para que la única
salida posible fuera cometer una atrocidad aún mayor que sustraer a Candela de
su hogar.
Al mismo tiempo, la
sociedad se imaginó ante un espejo que le devolvió horror: la posibilidad de
que Candela fuera propia, la amenaza que se cierne sobre los propios hijos,
sobrinos, nietos. En muchas de las voces que se levantaron para pedir un buen
desenlace del caso a las autoridades, esa fue la motivación. Podría pasarme a
mí, porque este tipo de casos pone en relieve que lo que nos pasa a nivel
sociedad, nos atraviesa a todos.
El otro aspecto, que es el
que me interesa analizar, se compuso del reclamo del rápido olvido que acontece
tras sucesos semejantes. La voz de la memoria resucita los nombres de Julio
López, el caso Cabezas, María Cash (tan reciente y lejano a la vez), Erica
Soriano, entre otros y pone énfasis en que así como nos indignamos de forma
acelerada, en una letanía algo más lenta se acaban los clamores por la
resolución de los crímenes impunes. Yo me pregunto, ¿es deber de la sociedad
recordar? Y aún algo más, ¿tenemos la capacidad de sobrevivir y, al mismo
tiempo, revivir el horror?
El ser humano recorre su
vida con la constancia para evitar la muerte y la represión de su propia
mortalidad. Aspecto ineludible de la existencia, desde que nacemos vivimos en
agonía, pero tratamos de vivir como si no fuera un hecho inexorable, sino una posibilidad
lejana. Cuando la sociedad se vincula con casos emblemáticos, los padece como
una pérdida en su fuero íntimo, con el consecuente duelo y sus etapas.
Incredulidad, bronca,
negociación, tristeza y finalmente, aceptación; son las etapas que cualquiera
de nosotros debe transitar porque la vida sigue y hay que aprovecharla mientras
estemos en ella. A nivel comunidad, atravesar esta secuencia es lo que permite
que el dinamismo no se altere, que las personas continúen con sus actividades
usuales, que respeten el orden establecido, en fin, que existan dentro del
orden social dado.
La negación sucede como
consecuencia del carácter imprevisto, aunque previsible, del desenlace del
caso. No podemos aceptar que existan semejantes que cometan hechos tan deleznables.
La segunda etapa, la ira, es la que atravesamos cuando los reclamos son
constantes y extensos: marchas, campañas en redes sociales, exigencia de
justicia, desesperación por encontrar a los culpables. La negociación se
produce cuando el caso aislado se eleva al status de hecho social y se demanda
por medidas que protejan a la población en general: nuevas leyes, mayor
presencia policial, investigación de hechos pasados, prevención de casos
futuros. El desasosiego, a mi criterio, atraviesa todas las etapas, hasta que
desemboca en aceptación que, a su vez, es lo que habilita a continuar con las
actividades vitales que movilizan el deseo. Trabajar, educarse, progresar,
hacer de nuestra presencia en el mundo el máximo de su potencial,
independientemente de lo que suceda por fuera del microcosmos personal.
Es en este sentido que
sostengo que la sociedad como conjunto tiene un derecho a olvidar y, por lo
tanto, no es responsable de mantener activa la lucha por la resolución de este
y otros crímenes. Sin embargo, la obligación recae en la posición del
gobernante y sus funcionarios para resolver y prevenir acontecimientos futuros.
No defiendo una sociedad desmemoriada y rehén del momento, pero sí sostengo que
el concepto de memoria activa implica
un olvido. Porque lo que forma parte del recuerdo, es aquello que se transformó
en ausencia y sólo un mecanismo consciente puede extraerlo y actualizarlo al
momento presente.
El complejo social no
funciona sin olvido, pero cada uno de sus agentes tiene derecho a sentir
indignación y expresarla por el período de tiempo que, en general, está pautado
por la visibilidad mediática del hecho y, tras desaparecer de la agenda,
perdura brevemente en las redes sociales y en las conversaciones cotidianas.
Para cerrar, sobre el desempeño
de los medios de comunicación, una frase de Raúl Scalabrini Ortiz que circula
por Facebook con una tasa de viralidad demasiado baja para sus merecidas
relevancia y actualidad:
“Un crimen, un robo, un asalto, un adulterio con homicidio son sucesos sin repercusión social, despreciables y previstos en el equilibrio colectivo. El delito mayor es darles la divulgación indebida, repartirlos por todos los ámbitos, redactarlos por plumas expertas de sensacionalismo, bajo títulos pomposos, como si quisiera que todos los hombres tomaran por modelo las fechorías que relatan. Más delito que el delito es la publicidad morbosa del delito.”
Yo soy una de esas personas que sintió que Candela era su hija. Candela tenía el nombre de mis hijas y se sumaba a esas otras caritas que observo en la factura de Metrogas. Asi como estuve esperanzada durante nueve días, escuchando a su mamá que parecía sabía a quienes les hablaba, es más, hasta creía que Candela tenía la posibilidad de verla en TV, había tanta vehemencia en esa mujer que pensaba que a los medios les faltaba información con la que ella contaba, asi quedé perpleja cuando decían que habían encontrado un cuerpo, si no era el de Candela sería el de otra niña a la que habían arrancado de su hogar vilmente, serían otros padres a los que les tocara pasar por este momento irreal. Quería que fuese mentira. Quería pensar que el espanto no existía.
ResponderEliminarComo siempre pienso que si nos comprometemos todos las cosas pueden cambiar. Sólo podemos mitigar el dolor si nos comprometemos a tomar desde el lugar que nos corresponde las medidas necesarias. No podemos dejar de ser solidarios y responsables a pesar de estos fracasos. Posiblemente en un tiempo Candela Rodríguez sea un recuerdo lejano, pero ya dejó en nosotros un dato, ya somos testigos de esta historia, de eso no nos olvidaremos, porque ante cada acontecimiento somos testigos y como tales algo en nuestra vida se modificó, porque tenemos un dato. Quedamos en alerta, debimos haber aprendido. Si no, la muerte y la desaparición de tantas Candelas habrá sido en vano. Todavía no puedo mirar una foto de Candela sin que se me caigan las lágrimas.