El disparador de hoy tiene apenas unas horas de sucedido, a la salida de la cancha de River, tras ganarle muy justamente a Independiente por tres goles a dos. El resultado es vital, pero anecdótico a los fines de este texto porque la reflexión comienza en el final, mientras cruzábamos el puente Labruna.
Fui con mi hermano, cuñada (embarazada de seis meses) y dos de mis sobrinos. En el cruce, teníamos que saltar hacia el sector peatonal para enganchar la rampa hacia la Lugones. Mientras intentábamos hacerlo, un joven barra miró a mi hermano y, tras notar el bebé de año y medio y la embarazada, le indicó que lo siga. Un amontonamiento de gente en espera para bajar hizo que pensara que sería una odisea llegar hasta el improvisado estacionamiento. Sin embargo, un gesto del barra y varios hombres de barrigas rebosantes de hombría se encargaron de levantar cochecito, embarazada, niño y abrir el camino delante nuestro para que bajáramos cual tobogán. La cancha, elemento del folklore nacional, es un lugar del sentido con entidad propia: un código.
Aquellos que hayan cursado Alabarces y pasen por aquí, revivirán al leer estas líneas aquellas estudiadas antaño en el libro Hinchadas. Las panzas, el aguante, la exaltación de la masculinidad y los códigos. Mi experiencia futbolera no se extiende más allá de la platea, cantitos contagiados desde la popular, comentarios ad hoc fraternizando con otros hinchas y la vivencia familiar de abrazos de gol. Sin embargo, estos paseos también despiertan a la comunicóloga que hay en mí e invitan a la reflexión.
A la vuelta, se me ocurrió preguntar: ¿Y si llevo un redoblante, me dejan pasar? Claro que no, socia plateísta, no puedo reclamar un lujo de los dueños de ese territorio en disputa: los barrabravas. Así como ellos, cual patriarcas bíblicos, son capaces de abrir paso en un puente atestado de personas, también determinan conductas y se arrogan derechos. Las fuerzas de la ley se limitan a poner un límite al área de su reinado, la intervención no es más que letra muerta. Un estado de excepción, a la Agamben, donde la excepción es la regla y un coro de prepotentes son reyes por una hora y media.
El River de mis amores ganó, no obstante, para poder disfrutarlo en vivo y en directo tuvimos que dar un rodeo de quince cuadras (de ida, más otras quince de vuelta) a fin de canjear las entradas en un lugar que quedaba a nada más que tres cuadras de donde estábamos parados y estuvimos de rehenes más de media hora para abandonar el estadio mientras se desconcentraban los visitantes para que no se crucen las hinchadas. Todo parte de un código actitudinal que por desidia o inoperancia deviene en indescifrable para las autoridades y que es una amenaza siempre latente sobre una pasión nacional.
Debo decir que la que ud presenta en este texto, no es precisamente, la más conocidas de las prácticas de los "Barras" motivo por el cual, no me extraña que extrañe. Sin embargo creo que buscando en la raíz de la familia y la filiación (en el más amplio de su sentido) esta práctica se amalgama con total sentido.
ResponderEliminarQue buen ojo observador!
Besos